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OPINIÓN - VIERNES, 21 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

En estos días de navidad, no sé por qué, me deprimo y mi mente viaja en el tiempo recordando tiempos pasados. Siempre se ha dicho que:”tiempos pasados nunca fueron mejores”. No estoy muy de acuerdo con esa frase auque, por supuesto, no voy a negar que en ella hay algo de verdad, puesto que sería de ignorante no reconocer los avances que ha experimento el mundo, en todas sus facetas, con el paso del tiempo.

Pero hay algo, en los humanos, que a pesar de todos esos adelantos no se puede borrar, como son los años de nuestra niñez donde, en muchas ocasiones fuimos felices. Y esos momentos felices, de aquella época permanecen en el mejor disco duro del mejor ordenador del mundo, el cerebro.

Y son en estas ocasiones, cuando se acercan las fiestas navideñas y los años van pasando con toda rapidez, cuando volvemos a pedir a ese disco duro, que nos devuelva al pasado para recordar esos momentos de felicidad,. Que nada ni nadie podrán borrar de nuestro cerebro.

Esos recuerdos, hoy al sentarme ante el ordenador, se agolpan en mi memoria haciéndome revivir ese tiempo pasado que, en algunas de sus facetas, fue mejor que los actuales. Quizás porque me devuelven a una época perdida, que jamás se recuperará, como es mi niñez vivida allí en mi adorado Callejón de Lobo junto a muchos amigos, mis amigos de siempre, algunos de los cuales, desgraciadamente, ya no se encuentran entre nosotros, pero no por ello dejan de faltar a esa cita a la que me lleva mis recuerdos del ayer.

Las navidades de aquella época de mi niñez, se diferencian mucho de las que hoy día se celebran. Había en ellas algo que existía y que, hoy, por mucho que hablen y hablen de ella brilla pos su ausencia, la solidaridad.

Hoy no existen aquellos intercambios de comida, ofreciendo unos a otros la comida de la que carecían. Era ese intercambio solidario, donde ninguno de los vecinos se quedaba sin celebrar la navidad, teniendo de todo un poco. Y todo ello, a pesar de que pobres, en su propia pobreza, era poco lo que podían ofrecer, pero ese poco suponía un mucho.

El muslo de un pololo criado en el patio o en el retrete de la casa, durante todo el año, suponía el poder hace unas sopas que sabían a gloria pura. Los tres roscos de los seis que tenía la vecina de al lado o los dos polvorones de los cuatro que le habían regalado al marido de la vecina de enfrente, junto a la botella de anís del mono o la botella de coñac malla blanca, la malla amarilla era más cara, suponía la celebración, por todo lo alto, de esas fiestas navideñas, donde la solidaridad alcanzaba su máximo esplendor. ¿De qué solidaridad me hablan tanto hoy, cuando cada uno va a lo suyo sin importarle, , absolutamente, nada los demás?.

En solidaridad, en aquella época de mí niñez, superábamos en un altísimo porcentaje a esta época en la que tanto se utiliza la palabra solidaridad cuando, realmente, no existe. Por todas estas cosas y otras que ya no tengo espacio para contar sigo pensando que, en algunas cosas, tiempos pasados sí fueron mejores. ¿O no?
 

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