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OPINIÓN - JUEVES, 27 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Deberían callarse...
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me parecía difícil, muy difícil, que, transcurridas casi tres décadas, pudieran repetirse los enfrentamientos encarnizados entre el delegado del Gobierno y el presidente de la Ciudad. Pero está comprobado que con los políticos no caben las cábalas.

Tres décadas hace, más o menos, que Fernando Marín López y Ricardo Muñoz -¡cuánto me gustaría poder hablar de ello contigo!- se tiraban al degüello. El entonces subdelegado no podía ver ni en pintura al alcalde. Y éste, cada vez que se le presentaba la oportunidad, allá que ponía a Marín López como chupa de dómine. Hubo momentos en que la inquina entre ambos se pasaba de castaño oscuro. Y la gresca despertaba recelos en la aún todopoderosa comandancia General.

Tampoco conviene olvidar de qué modo Manolo Peláez trataba por todos los medios de buscarle las vueltas a Aurelio Puya. Con la ayuda inestimable de Francisco Fraiz. En ocasiones, las reyertas entre tales autoridades parecían propias de jaques. Acompañados ambos de su cohorte de tipos arrogantes y bravucones. Lo cual se traducía en plenos municipales donde tenían cabida insultos, agresiones, y el consiguiente y habitual patatús de fémina, a conveniencia del guión perteneciente al orden del día.

Luego, con la llegada de un delegado del Gobierno nacido en Tarifa, a quien los académicos de la ciudad le echaban en cara, continuamente, su falta de estudios universitarios, la cosa fue de mal en peor: porque Francisco González Márquez, hombre de calle y muy bien asesorado, no se arrugó lo más mínimo ante la arrogancia mostrada por Fraiz y Montero. De aquellas trifulcas, anduve siempre muy al tanto. Y hasta sufrí la pérdida de mi empleo por culpa de unos políticos preocupados, por encima de todo, de tener repleta la “ubriqueña”. Fue la época en la cual tocaba cerrar un periódico con el fin de mantener el monopolio del decano. Y se cerró.

Y qué decir de las discrepancias habidas entre la llorada María del Carmen Cerdeira y Basilio Fernández. Aunque es bien cierto que la primera supo siempre estar por encima de las circunstancias (a propósito: no he hecho, cosa extraña en mí, la menor mención a la derrota en los juzgados del socialista Fernández. Un varapalo merecido por querer presumir de ser más socialista que nadie. Cuando carecía de méritos para sacar tanto pecho).

En lo tocante a las relaciones entre Luis Vicente Moro y Antonio Sampietro, creo que son merecedoras de que les dedique capítulo aparte. Ya que fueron dignas de hacer con ellas un libro en el cual primarían los escándalos en todos los sentidos.

Como verán ustedes, los enfrentamientos entre delegados del Gobierno y alcaldes existen, en Ceuta, desde hace treinta años. Sin querer ahondar en las malas relaciones que tuvieron Antonio López Sánchez-Prado y el delegado de su época, por mor de los dineros que no llegaban de Madrid para dar empleo a los que carecían de él y no tenían para poner la olla. Porque es tarea que corresponde a Paco Sánchez.

Lo que está ocurriendo entre Vivas y García-Arreciado es inadmisible. Y nos demuestra que, aunque la vida ha cambiado en muchos aspectos y para bien, los políticos siguen con su carcunda a cuestas. En esta disputa, desafortunada, la imagen de Vivas es la que puede salir más dañada. Debería, pues, cortarla de raíz.
 

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