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OPINIÓN - SÁBADO, 29 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

La hipocresía es detestable
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La homosexualidad es algo que perjudica a las personas y a la sociedad. Así se ha manifestado un obispo de una diócesis tinerfeña. Y remata la primera parte de sus declaraciones con la siguiente revolera: “Está clarísimo que, en este sentido (en lo referente a la homosexualidad), mi pensamiento y el de la Iglesia es de respeto máximo a las personas”. Faltaría más. Y continúa largando: “Pero, lógicamente, creo que el fenómeno de la homosexualidad es algo que perjudica a las personas y a la sociedad”. Y se quedó tan pancho.

Primera parte, como ustedes pueden comprobar, de un discurso navideño, ahíto de amor y de tolerancia (!), por parte de una autoridad eclesiástica. Se nota, durante unas fiestas tan cristianas cual entrañables, cómo el obispo canario ha querido dar un mensaje de paz en días tan adecuados para tal menester. El siguiente paso de amor fraternal, en estas fiestas, lo dio Bernardo Álvarez, que así se llama el obispo, anunciando que las consecuencias de la homosexualidad las pagaremos con creces. Como ya las pagaron otras civilizaciones. Parece ser que su excelencia está convencido de que habrá otro castigo bíblico. Y todo por culpa de quienes gustan de orientarse sexualmente por otros derroteros que no sean los heterosexuales.

Eso sí, inmediatamente, dada su condición destacada de pastor de ovejas descarriadas, se pone atenuador al comunicarnos que la homosexualidad es una enfermedad. “Una carencia, una deformación de la naturaleza propia del ser humano”. Y nos remite a los diccionarios de cuando recogían que los homosexuales debían someterse a tratamiento psiquiátrico. Y reniega de que ahora ello sea políticamente incorrecto.

Menos mal, que el obispo no se ha atrevido a retrotraerse en el tiempo para recordarnos qué hacían con los homosexuales cuando el Jefe del Estado era llevado bajo palio. Entonces, creo recordar que eran metidos en la trena, pelados al cero y les daban aceite de ricino, con el fin de que por retambufa les salieran los malos demonios causantes de la enfermedad. Eso sí, semejante trato era discontinuo. O sea, adaptado a las circunstancias del momento.

Aunque no a todos los homosexuales, claro está. Pues siempre ha habido clases. Los hijos de papa, ricos y devotos de todo cuanto le venía bien al régimen, lucían su pluma y su vena en los mejores ambientes. Y hasta hacían, muchos de ellos, sus pinitos en seminarios y congregaciones de jesuitas. A estas personas, los suyos las tildaban de raros. Que lo de maricón quedaba reservado únicamente para los que no tenían donde caerse muertos. La hipocresía es maldad. Y los hipócritas son detestables.

Y como el orden de los factores no altera el interés de este obispo por mostrarse tan conciliador en unas fiestas tan hogareñas, he dejado para el final lo que bien pudo ser el principio de esta columna. Al referirse a los abusos de menores, al obispo se le ve el plumero al cargar las tintas sobre ellos. “Puede haber menores que sí consientan los abusos. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están de acuerdo, y además deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”.

No me extraña, pues, que el obispado de Tenerife haya dicho, con gran celeridad, que Bernardo Álvarez no ha querido con sus declaraciones justificar el abuso de menores.
 

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