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OPINIÓN - LUNES, 31 DE DICIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Cuento de Navidad

Por Andrés Gómez Fernández


D. Abundio, maestro veterano, titular de una escuela de un pueblecito castellano, está a punto de jubilarse. El compartió, en el mismo lugar, escuela con otra maestra que, al jubilarse, dejó sólo a D. Abundio. La escuela de la maestra se suprimió, por lo que el maestro asumió la responsabilidad de atender también a las niñas, convirtiéndose en coeducador, labor que, en principio, no fue de su agrado.

D. Abundio recordaba aquellos tiempos donde los maestros estaban bien considerados. Se ganaba poco, pero nunca le faltó para comer. La generosidad del pueblo le sacaba de apuros con la aportación de productos naturales del campo. Recordaba también sus tertulias con el cura, el boticario y el alcalde. Los dos primeros cargos desaparecieron por el éxodo de los habitantes del pueblo hacia las ciudades para encontrar mayor bienestar. El pueblo había quedado reducido a unas pocas casas, y, por lo tanto, la población escolar había quedado mermada, peligrando su permanencia en el pueblo.

Su pueblo, como muchos otros de nuestra geografía, para seguir existiendo pasaba por salvar la escuela. Perder el colegio hubiera sido una sentencia de muerte. Muchos pueblos han debido cerrar sus escuelas por falta de niños, es decir, al carecer de relevo generacional.

D. Abundio sabía que en otros lugares, el problema se había resuelto con los inmigrantes. La búsqueda de ellos no era una preferencia, sino una necesidad; gracias a los inmigrantes se había conseguido frenar el despoblamiento de muchas zonas rurales españolas. En ello se encontraba el maestro cuando tomó la decisión de recurrir al Sr. Alcalde para, con la llegada de los inmigrantes, salvar al pueblo y, por consiguiente, su escuela. Los inmigrantes, bien cierto era, se conformaban con un trabajo, sea cual fuese, pero también requerían ciertas condiciones, por ejemplo: un puesto de trabajo estable, casas amuebladas, y como no podía ser de otra forma, garantías de una buena escolarización para los niños.

D. Abundio recordaba su llegada al pueblo. El era de la misma provincia y tenía su plaza ganada de forma definitiva. Todavía estaba vigente la Ley de Instrucción Pública de 1944. El había terminado la carrera muy joven, con apenas 18 años. Se hizo cargo de una escuela unitaria de niños, donde todos los maestros se forjaban. Cualquiera le podía decir algo sobre “adaptaciones curriculares”. Y enseñaba a leer, a escribir, las cuatro reglas, Geografía e Historia, Ciencias Naturales, Religión…..y veía con satisfacción como sus alumnos progresaban adecuadamente, adquiriendo las competencias necesarias para valerse en sociedad. Después, D. Abundio, tuvo que aceptar de buen grado Ley del 70, ya en las postrimerías del “Gobierno de Franco”. La ley de la EGB y del Graduado Escolar. Y se encontraba muy identificado, muy satisfecho del rendimiento de sus alumnos. Después con el cambio político del año 82, con la LOGSE, la cosa no era igual. Pero la aceptó. La LOCE, lo motivó, pero la LOE volvió a disgustarle. Ahora espera que haya otros cambios, pero ya le da igual. Se va. Imperativo legal.

En el fondo D. Abundio, vive de sus primeros años, de los gratos recuerdos que le proporcionaron. Ya todo le da igual. Le importa un bledo lo que diga el informe PISA y otros informes. Lo único válido es lo conseguido en aquellos memorables años, donde todos sus alumnos progresaban adecuadamente.

De lo que está muy seguro es que nada se arreglará que no sólo todo seguirá igual sino que empeorará. Pero él ya estará libre de responsabilidades. Otros las asumirán, aunque sueñen que volveremos a otros tiempos mejores. Pura utopía.

Se dedicará a pasear, leer, asistir a actos culturales, jugar al dominó….en su ya recuperado rincón, su pueblo natal. Y siente una enorme satisfacción al hacer balance de la conducta de sus alumnos, que nunca recibió de ellos ni una mala mirada, ni un reproche, ni quejas de algún padre. Una vida entregada a una noble profesión, como es la de enseñar; también educar. Pero, por otro lado, una enorme decepción, porque sabe que el día de su jubilación ningún responsable cercano de la administración, se acercará para felicitarle.
 

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