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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE ENERO  DE 2008

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Baltasar, Gaspar, Melchor y…
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

No voy a presumir de lo que me he gastado en regalos para Reyes porque la cosa no está, precisamente, para presumir. Y como los culpables de esta situación económica, en pleno enero del recién estrenado 2008, son los Reyes Magos (Santa Claus, o Papá Noel, ya fue sentenciado y condenado al destierro durante un año, menos unos cuantos días).

La precariedad laboral de mucha gente no es impedimento alguno para llevar la felicidad a sus retoños. Simplemente con un pequeño presente ya ponen contentos, que dan alegría verlos, a los pequeños.

No se si lo he repetido, pero no viene de más insistir en la historia, pequeña historia, de unos personajes provinentes de la cultura popular italiana y que los conocen como los Magos de Oriente.

No se sabe aún, hoy en día, si son personajes provinentes de Egipto (según la Biblia, el evangelio de San Mateo es el único que los menciona) o bien son de distintas procedencias cada uno: África, Asia y Europa. Serían reyes políglotas ¿no?

Pero, en mi imaginativa tesis, considero a los tres magos de muy distinto proceder y ninguno de ellos predispuestos a regalar nada si no es a base de recibir algo recíproco.

Baltasar era natural de Babilonia, de ahí su nombre, y si es considerado el rey negro por antonomasia ello es debido a la creencia, en la Edad Media, de que las personas del África negra eran muy acaudaladas debido a las importaciones de oro. De ahí que fuera el portador de la mirra que se ofrecía a Jesús de Nazaret. En mi versión freudiana, Baltasar ni era negro ni era babilonio, ni mucho menos provenía de Egipto. Era un vulgar santero judío de cierta aldea de Judea que se ganaba la vida prediciendo el futuro a la gente de aquellos tiempos oscuros para todos. La leyenda se basó en que Baltasar podía haber sido aquel príncipe de Babilonia, hijo de Nabónido y nieto de Nabucodonosor que fue corregente con su padre en los períodos en que éste último se hallaba ausente. Sin embargo, no podía ser el mago que visitó a Jesús de Nazaret porque los tiempos no coinciden.

Gaspar, otro de los nombres asignados a los anónimos magos del evangelio de San Mateo, es considerado de raza aria y europeo por más señas, debido a su representación en una persona de piel blanca, anciana y de poblada barba. Sin embargo, Gaspar resultaba ser un sacerdote del templo de Jerusalén, experto en ciencias astronómicas y muy considerado por el constructor del Templo, Herodes el Grande. La teología aprovecha esta consideración de los magos como sabios o astrónomos para identificar en esta adoración el encuentro entre la ciencia y Dios. Su presencia ante Jesús de Nazaret se debía, mas que nada, al interés de Herodes por descubrir el paradero de quién venía a arrebatarle su reino y su unión a los otros magos fue pura casualidad al encontrarse, los tres, en una posada para reponer fuerzas.

Melchor, el más desconocido de los tres, es el único sobre el que aciertan las leyendas. Hombre provinente de Asia, concretamente de la India, identificación debida a su tez morena y su barba oscura, era portador de la sabiduría de toda la mitología hindú de aquellos tiempos. Interpretó la venida de Jesús de Nazaret como el retorno de Krishna al divisar la estela del cometa Halley, que cruzaba el espacio en aquella época, y de hecho fue el único que comentó la función del cometa respecto al lugar de nacimiento de Jesús de Nazaret.

Las leyendas populares de los Reyes Magos varían enormemente según los pagos en que transcurren. SI tenemos en cuenta que el evangelio de San Mateo los trata de manera anónima siendo así que el tal Mateo, conocido como Mateo de Alfeo o Mateo Leví, no realizó ningún evangelio por cuanto era publicano, recaudador de impuestos, y conoció a Jesús de Nazaret en una gran fiesta que organizó en el convencimiento de que Jesús de Nazaret sería el futuro rey de Israel. La única mención que se hace a Mateo proviene de una muy reciente interpretación de la Biblia, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1:13) que ha sido reinterpretada en 1995 y precisamente por los norteamericanos. Así, cualquiera puede reescribir cualquier historia religiosa con enormes tergiversaciones en tiempo y espacio.
 

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