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OPINIÓN - MARTES, 8 DE ENERO DE 2008

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Inquietante misterio epistolar

Por José Javaloyes


Versiones periodísticas marroquíes sin el marchamo oficial aseguran que en el curso de esta semana Mohamed VI, Comendador de los Creyentes, tendrá a bien devolvernos su embajador en España, luego de haberle llamado a Rabat —suspendiendo así la conexión diplomática plenaria entre el Reino de España y el Imperio Jerifiano—. La magnaminidad del Sultán presenta, sin embargo, incógnitas inquietantes.

Se refieren estas misteriosas claves a la carta que le envió el presidente del Gobierno de España a través de su ministro de Asuntos Exteriores. Como se recuerda, Miguel Ángel Moratinos entregó la misiva en Rabat a Taib Fassi, su homólogo marroquí. Y, por lo que ahora se dice, el contenido del mensaje fue tan del gusto del soberano que éste ha dado su venia para que Omar Azziman, su embajador en Madrid, regrese a ocupar su puesto. ¿Qué decía en su epístola a Miramamolín el presidente Rodríguez?

Habrá que sosegarse ante la lógica inquietud que suscita la regia decisión, todavía no oficial, de que el embajador Azziman regrese a su puesto en Madrid. No es para menos. Si en Rabat se dijo que la vuelta a la normalidad en las relaciones hispano-marroquíes estaba condicionada a que a que se estableciera un diálogo sobre el futuro de Ceuta y Melilla, desde el supuesto —según Marruecos— de que la condición española de las dos ciudades encubre un hecho colonial, lesivo por tanto para la integridad territorial jerifiana, ¿qué ha ocurrido para que el embajador, supuestamente, vaya a regresar a Madrid esta semana?

No parece probable que Mohamed VI —que es quien manda en Rabat y no su Gobierno, por lo que resulta trivial que éste sea más nacionalista o menos irredentista— haya cambiado de parecer después de la visita que suscitó el pasado noviembre la visita de los Reyes de España a Ceuta y Melilla. Y si resulta improbable tal cambio en la corte de Miramamolín, habrá de temerse que el cambio —necesariamente reflejado en la carta por Moratinos— se haya producido desde el Gobierno del presidente Rodríguez.

Este temor, considerado el juego de los precedentes, aparece sostenido por una inquietante base de probabilidad. Si el presidente del Gobierno español dijo en Santiago de Chile, al preguntársele sobre la relación hispano-marroquí, que no había cambio en la agenda de la misma, ¿a qué habría de obedecer el regreso a Madrid del embajador de Marruecos? Necesariamente, a que la misiva presidencial llevada por Moratinos es portadora del anuncio de un cambio en la posición española. ¡Ojo a la cartera!

Nunca jamás consiguió Marruecos, en la insistencia contra la Historia, que sus pretensiones sobre Ceuta y Melilla entraran en la Agenda de Descolonización de Naciones Unidas. Nunca. A la vista de lo cual, no se le ocurrió al rey Hassan II otra cosa que salir con aquello de la “célula de reflexión” sobre este particular.

¿Accedería Marruecos, por ejemplo, a una oferta argelina de la misma naturaleza celular que ésta para discutir el futuro de lo que fue el Sahara Occidental, ocupado por Marruecos sin títulos suficientes en 1975? Ciertamente que jamás. Habrá que temer la probabilidad de que al aire de la “alianza de civilizaciones”, y en el canto del cisne de la diplomacia actual, se pretenda empaquetar la concesión al Imperio Jerifiano —a través de esa Célula de Reflexión, en realidad una célula cancerosa— del principio de la duda en esta materia capitalísima para España que es la condición nacional de Ceuta y Melilla.

Rodríguez, que estableció la base de la definitiva renuncia a Gibraltar reconociendo a los gibraltareños la condición de parte en el asunto de la descolonización, podría estarse jugando —en una carta, o a una carta— el futuro de Ceuta y Melilla y la entera seguridad nacional en el Estrecho. Podría ser así si la carta a Mohamed VI es, por aquello que pudiera haber ofrecido, lo que cabe temer.
 

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