El barrio de mi niñez expresaba
fielmente la vida de aquellos tiempos donde muchos apenas
comían; otros se morían por no poder acceder a ese apenas
diario y los restantes padecían ya de colesterol, ácido
úrico y exceso de peso. Era la España donde aún convivían
pobres y ricos en las mismas calles y las viviendas de ambos
estaban separadas por escasos metros.
Yo recuerdo que había barrios donde el odio de los vecinos
flotaba en el ambiente y las miradas asesinas se disimulaban
bajo la apariencia de una sumisión tan socorrida como
necesaria. Odio al ver que la tuberculosis se llevaba por
delante a los más débiles, por carecer de medios para
comprar penicilina en Gibraltar, mientras en la acera de
enfrente corría el vino y la alegría de unas fiestas donde
se despilfarraban los dineros a manos llenas. En tanto y
cuanto las ratas famélicas gustaban de merendarse las orejas
de niños de madres descuidadas en patio de vecinos.
En aquellos barrios los niños pobres crecíamos bajo el
amparo de unos extraños escapularios que nuestras madres nos
colgaban entre pecho y camisa para defendernos del Piojo
Verde. En mi calle, de un barrio muy popular, la provocación
a la que he aludido era más evidente que en ninguna otra.
Por vivir en ella un rico bodeguero, un marqués, un conde y
en la cual existía un seminario de jesuitas donde la
despensa, una nave interminable, estaba abarrotada de
quesos, jamones, carnes extraordinarias y un sinfín de
manjares y bebidas deliciosas.
Créanme que lo reseñado se ha me ha venido a la memoria en
cuanto he visto la fotografía que ilustra la portada de
nuestro periódico. La que nos muestra a José Ramos por haber
sido elegido nuevamente presidente de la Federación
Provincial de Asociaciones Vecinales.
Los barrios de ahora son muy distintos. Es verdad que en las
grandes ciudades los hay que han sido tomados por indigentes
y, sobre todo, por inmigrantes. Y ofrecen un aspecto tan
tétrico como ruinoso. Pero también en los pueblos suelen
existir barriadas abandonadas que sirven de refugio a
quienes para subsistir han de luchar denodadamente contra
las circunstancias negativas. Lugares que son tenidos por
peligrosos y que están pidiendo a gritos reformas para
evitar que se extiendan sus hábitos.
No obstante, las aspiraciones de los vecinos, de los barrios
en general, radican en que las calles estén limpias; que no
falte el personal necesario para jardinear; que la
vigilancia policial sea continua para evitar problemas; que
haya instalaciones deportivas y salas de recreos... Es la
tarea que le corresponde realizar, durante dos años más, a
José Ramos. Según nos ha contado Luis Parodi.
De Ramos, con quien no he hablado nunca, debo destacar que
con ese valor que le echa al asunto bien podría haberse
vestido de luces. Puesto que si ya es harto complicado ser
presidente de un bloque de vecinos, qué no será para el
encargado de atender las peticiones de todos los presidentes
de las barriadas.
José Ramos, cocinero de profesión, debe tener, además de ese
valor sereno que yo le he otorgado ya, una muleta
prodigiosa. De no ser así, no me explico cómo, después de
estar trajinando en la cocina del Hospital Militar, es capaz
de sentarse en su despacho para aguantar quejas vecinales.
Este hombre es, sin duda alguna, de muy buena pasta.
|