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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 30 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

El iluminado
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Juan Luis Aróstegui lleva muchos años, al menos desde que yo le conozco, intentando acaparar la atención de los ciudadanos. Con el único fin de que éstos vayan a las urnas dispuestos a votarle. Porque es vital para él sentirse poderoso y que los demás aprecien su singularidad y su inteligencia. Pues está convencido de que piensa más y mejor que todos los ceutíes juntos. Y, sin embargo, jamás ha conseguido que la gente lo tome en serio. Lo cual debe de ser muy duro para quien se cree que es Churchill redivivo.

Tan desmedida ambición por sobresalir una ciudad pequeña, sin lograrlo aún, lo ha convertido en un personaje que no cesa de promocionarse. No se toma nunca el menor respiro. Trata de estar, y a fe que lo consigue, en todas las salsas y su voz anda siempre presta a negar el valor de cualesquiera decisiones que tomen las autoridades. Con la consiguiente satisfacción de los medios y la impopularidad que su cháchara demagógica le está creando.

Yo me acuerdo de cuando Aróstegui se las daba de rebelde. E iba en compañía de sujetos que veían en la democracia la oportunidad de medro que necesitaban para ser alguien. En aquellos tiempos se reía mucho y fuerte de los políticos. Y presumía de haber nacido para convertirse en el líder de los más necesitados. Y hasta se vestía de forma apropiada para ser creído. Y mira que estábamos ya en los años 80.

Su paso por el PSOE fue tan breve como tumultuoso. Desde el primer momento se creyó con derecho a ser protagonista indiscutible en la sede de Daoíz. Y, claro, le pararon los pies a tiempo. Y allá que comenzó a germinar la idea que andaba persiguiendo: hacerse un partido a la medida para convertirse en figura indiscutible y nunca actor en secundario.

Cierto que en el PSPC fue concejal porque Rodríguez Portillo decidió cederle el escaño. De lo contrario, hubiera estado cuatro años más sin serlo. Por cierto, su mayor éxito, siendo cabeza de cartel, no pasó de la obtención de dos escaños. Eso sí, dicen que su historial como concejal de Hacienda es para enmarcarlo en sitio visible del Ayuntamiento. A fin de que los ciudadanos puedan comprobar que es imposible gestionar peor una concejalía.

Menos mal, y es algo que le tenemos que agradecer al GIL, que en 1999 le dieron los ciudadanos con las urnas en las narices. Y, desde entonces, no ha vuelto a levantar cabeza.

Pero el secretario general de Comisiones Obreras sigue prediciendo males y desdichas. Repartiendo estopa a derecha e izquierda. Sin pararse a pensar que se ha convertido en un ser fingido, falso... Una criatura solapada a quien se le ha metido entre ceja y ceja que Juan Vivas es un advenedizo en la política. Mientras él, tan repleto de cualidades, tan singular y estando en posesión de un caletre admirable, ha de conformarse con su cargo sindical. Del cual está harto, hastiado...; si bien se ve obligado a conservarlo para intimidar y al mismo tiempo protegerse. Un drama.

Ahora, piensa que la Manzana del Revellín es su panacea. La que le va a permitir desquitarse de cuantos sarcasmos ha tenido que soportar por ser un perdedor carente de la simpatía de los perdedores con tirón. Y, encima, se permite el lujo de pedir un debate con el presidente de la Ciudad. Lo cual no deja de ser la propuesta de un iluminado. Más que risa, Aróstegui causa pena. A mí me recuerda, cada vez más, al Piyayo.
 

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