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OPINIÓN - LUNES, 3 DE MARZO DE 2008

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Otros tiempos
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Las nuevas tecnologías revolucionan la picaresca de los alumnos, que tienen como objetivo buscar superar las pruebas, sin estudiar, es decir, ¡Sin haber pegado palo al agua, durante todo el curso!

Los estudiantes, obviamente, comenzaron a copiar en el mismo momento en que se inventaron los exámenes. Ya en algunas estelas sumerias se descubre el castigo -50 latigazos- que el alumno podía recibir si incurría en alguna falta deshonesta con el profesor. Desde entonces, se han inventado todo tipo de artimañas para engañar a los profesores: copiar a un alumno más estudioso, notas correosas en el dorso de la siempre sudorosa mano, larguísimas lecciones miniaturizadas en chuletas, el bolígrafo tallado con los hitos históricos más importantes, etc.

En la actualidad, la tecnología es la mejor aliada de los alumnos para obtener un anhelado e inmerecido resultado académico. Por ejemplo, el uso de las telecomunicaciones para copiar en los exámenes, no es nuevo: ya en los años 30 era práctica habitual que los alumnos intercambiasen información utilizando sus plumas para emitir mensajes en código Morse. En mi época de estudiante, tanto en Bachillerato como en Magisterio, se producían situaciones de “copieteo” dignas de ser recogidas en un libro. Por ejemplo, en clase de Matemáticas que, siempre fue materia con grandes dificultades de aprendizaje, se formaban “núcleos” de empollones en torno a los cuales se distribuía el resto de la clase, pendiente de recibir los “mensajes” escritos del empollón correspondiente. Otro sistema, no muy ortodoxo, era, según la permisividad y tolerancia del profesor, retrasar unos minutos, un grupo reducido de alumnos, mientras el resto de la clase iniciaba la prueba. Algún alumno, próximo a las ventanas, se encargaba de “lanzarla” al exterior, donde los “externos” con mucha rapidez pasaban a los “internos” la prueba muy esquematizada.

Quiero recordar la magnífica reacción de una profesora cuando un compañero, tranquilamente, copiaba con el libro abierto, colocado en el suelo. Se acercó con normalidad al confiado alumno, y le dijo: “estimado alumno, se le ha caído el libro. Recójalo”. Para reaccionar de esta forma, se necesitaba tener una gran categoría. Sólo los próximos al alumno se dieron cuenta de los hechos.

Ya en mi etapa de maestro, se produjeron situaciones dignas de recogerlas en un amplio documento. Voy a citar, ésta: “Utilizábamos para la elaboración de las pruebas la ya desaparecida fotocopiadora. El clisé, una vez utilizado, se depositaba en una papelera. Cuando apliqué la prueba, no podía imaginarme, lo que se estaba “cociendo” en el aula. Pero la sorpresa mayúscula me la llevé, cuando terminé de corregir: ¡Todos los alumnos habían sacado sobresalientes! ¿Qué había sucedido? La clase era de buen rendimiento, pero no de ese resultado. De inmediato, puse en marcha la investigación, descubriendo, no sin encontrar resistencia, que un grupo de dos o tres alumnos, me habían “sustraído” del llavero la llave del habitáculo que utilizábamos para preparar las pruebas, y extrajeron de la papelera la parte desechada del clisé. El resto ya lo pueden imaginar.

Otro hecho, a nivel individual, fue el de una alumna que se había preparado las “chuletas” en sus muslos. Al terminar la clase, se acercó, y levantándose la falda, me mostró su “obra de arte”, argumentando que como parte “intocable” yo no llegaría nunca a sorprenderla. Había “pecado de sinceridad”, porque yo le argumenté que, en próximos exámenes, de inmediato llamaría a una maestra para que la revisara, por lo que su “método” se lo había “cargado”.

Sin embargo, todos estos métodos son sólo historia. Aunque no haya llegado a nuestras escuelas e institutos, en las universidades, en la actualidad, el teléfono móvil y el célebre auricular –pinganillo- no es sólo un recurso de los alumnos, sino también un lucrativo negocio. Según los establecimientos que comercializan estos artilugios, se multiplican por veinte en época de exámenes. El equipo completo, compuesto por auricular –prácticamente invisible- y el micrófono para colocar bajo la camisa, cuesta 650 euros. Algunos lo utilizan para su uso exclusivo. Otros, los más oportunistas, además, lo alquilan.

Aquellos expertos del “aprobado fácil”, después de invertir en el artilugio buena parte de sus ahorros, sacaron provecho académico, y se muestran sumamente contentos de haber terminados sus carreras. Recomiendan que es importante que no haya micrófono en el atril de la clase. También hay que asegurarse que no haya más gente con “pinganillo”, porque puede producirse interferencias. En nuestro país, las universidades no parecen preocupadas por la cantidad de alumnos que reconocen copiar. Tampoco hay medidas establecidas cuando se sorprende copiando. “Lo normal es que el profesor expulse al alumno y pierda la convocatoria. Nada que ver con las consecuencias que puede tener un acto similar en EE.UU donde el alumno puede ser expulsado para siempre en la Universidad; o en China, que incluso se ha pensado en tipificar como delito este comportamiento; en el Reino Unido, en 2003, a más de 4.000 alumnos se les suspendió la totalidad de las materias de un semestre; en Francia parece tomar este asunto muy en serio: el alumno que es descubierto no puede volver a presentarse a ningún examen durante cinco años…

Pero en nuestro país, nadie se quiere dar cuenta de la gravedad de estos hechos, teniendo en cuenta que la mayoría de las empresas acuden a las Universidades en busca de buenas calificaciones. Un estudiante que haya hecho la carrera copiándose, puede desplazar a otro que ha luchado con horas de estudios y esfuerzo académico.
 

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