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                     Fue el segundo día de diciembre 
					cuando se me ocurrió explicar la mucha necesidad que tenía 
					el Partido Popular de sentar a su mesa a Mohamed Alí 
					como invitado especial. Y argumentaba los motivos por los 
					que Juan Vivas deseaba lograr un buen entendimiento con el 
					dirigente de la UDCE.  
					 
					Motivos que, lógicamente, el presidente no había hecho 
					público y que yo deducía echando mano de la intuición. Lo 
					cual es arriesgado. Porque analizar cualquier situación 
					política por ese medio, siempre resulta un ejercicio 
					peligroso. Aunque a veces es conveniente dar un paso en el 
					vacío, aun a riesgo de quedar peor que Cagancho en Almagro, 
					que no torear a toro pasado. 
					 
					El interés de Vivas por ganarse la voluntad de Alí se basaba 
					en lo siguiente: una derrota de Mariano Rajoy era 
					sinónima de fracaso y los fracasos acaban en reyertas y 
					luchas fratricidas. Y ese cainismo tan habitual en la 
					derecha serviría para que en la calle Génova se produjeran 
					disturbios cuyas consecuencias negativas podrían ocasionar 
					daños colaterales en todas las sedes del partido. 
					 
					Por consiguiente, Vivas y Pedro Gordillo estaban 
					convencidos de que lo mejor era ganarse la voluntad de Alí 
					para, si se producía la derrota de Rajoy, contar con la 
					ayuda inestimable de la UDCE, ante un delegado del Gobierno 
					crecido por la victoria. Y algo que ya dijimos también 
					entonces: que el partido socialista de Ceuta podía venirse 
					arriba en cualquier momento. 
					 
					Pero en cuanto fueron anunciadas las reuniones para negociar 
					el acuerdo entre partidos, muchísimos militantes del PP, 
					dominados por el orgullo desmedido de estar en posesión de 
					una mayoría absoluta, comenzaron a desbarrar con esa 
					posibilidad de pacto. Sin pensar que en la acera de enfrente 
					había ya alguien dispuesto a hacerse con los buenos 
					servicios de la UDCE.  
					 
					Y ocurrió lo que se veía venir: que un buen día Alí se cansó 
					de oír sandeces y comunicó que, con el visto bueno de su 
					militancia, había decido no negociar nada con el PP. Para, a 
					renglón seguido, ponerse a disposición del delegado del 
					Gobierno. Y hasta se permitió bromear con que lo había hecho 
					incondicionalmente. 
					 
					Así, mientras Gordillo parecía no entender nada y ponía el 
					grito en el cielo, Francisco Antonio González llamaba 
					a la movilización de los “hermanos musulmanes votantes del 
					PP”. Dejando entrever en sus declaraciones que los 
					ciudadanos de El Príncipe votarían inducidos por una 
					política sesgada. Conviene decir que el candidato del PP al 
					Congreso de los diputados no temía por la pérdida de su 
					escaño, de ningún modo; pero sí sabía que los votantes de la 
					UCDE seguirían casi todos la consigna de su líder y darían 
					un respaldo enorme a José Antonio Carracao en las urnas. Y 
					así ha sido.  
					 
					Un respaldo que, con la victoria de Zapatero, ha 
					elevado la moral de los socialistas y les ha puesto en 
					disposición de creerse que están en unas condiciones 
					extraordinarias para seguir recuperando el prestigio en 
					Ceuta. Y no es lo peor para el PP. Lo peor radica en que una 
					delegación del Gobierno fuerte, junto a un partido crecido 
					tras superar una ordalía, y coligado con la UDCE, forman un 
					bloque opositor nada desdeñable. Por ello dije ayer, que 
					ahora más que nunca se impone el que Vivas insista en hacer 
					uso de su buen talante. Y sería aconsejable que les pidiera 
					a los parlamentarios de su partido que bajen el tono de las 
					denuncias contra los socialistas. 
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