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OPINIÓN - JUEVES, 20 DE MARZO DE 2008

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Si hay algo, en el conjunto de la Semana Santa ceutí, capaz de hacer vibrar con toda sus fuerzas a nuestro pueblo es sin, lugar a duda alguna, el Señor de Ceuta, el Cristo de Medinaceli. Cada año, son miles los ceutíes que suben hasta la barriada del Príncipe, para acompañarle en su traslado a la Casa de Hermandad, cita en la Avenida Otero desde donde saldrá en procesión, recorriendo las principales calles de nuestra ciudad. Y como cada año, volverá a producirse ese inmensa riada humana que le acompañará haciendo penitencia.

Pero antes, cuando se produce la bajada desde la barriada del Príncipe el Señor de Ceuta, tiene que cumplir la tradición de dejar en libertad a un preso. Es uno de los momentos más emocionante de esta popular bajada del Medinaceli, cuando acercándose a la cárcel, se coloca frente a ella y le da la libertad a uno de los que cumplen condena. La repetición de la escena es, cada año, la misma, mujeres que lloran ante la emoción del acto y el condenado, en la mayoría de los casos con la cara cubierta, se coloca detrás del “paso” y le acompaña hasta la Iglesia Catedral, como agradecimiento al favor recibido. Uno de los más grandes favores que se le puede hacer a un condenado, el favor de la libertad.

Cumplido este tradicional requisito que se viene efectuando, cada año, a las puertas de la prisión de los Rosales, El Medinaceli y los miles de ceutíes que le acompañan, prosiguen su camino hacia La Casa de Hermandad de la Avenida Otero donde a su llegada a la misma, volverán a producirse fuertes emociones, mientras es encerrado en ella, entre los gritos y aplausos de las miles de personas que le han acompañado en su traslado. Y como siempre, para que de nada falte a la más tradicional de las procesiones ceutíes, una garganta rota de emoción elevará al cielo, el cante profundo de una saeta.

Recuerdo, hace años, que una vez encerrada la imagen en su Casa de Hermandad, el popular padre Pepe se asomaba al balcón y lanzaba unas emocionadas palabras, haciendo gala de una buena oratoria que llegaba a emocionar a más de uno. Y es lo que decía la sabia de mí abuela, el que sabe, sabe, y el padre Pepe era un buen orador capaz, con sus palabras, legar al corazón de los menos creyentes.

A llegara estos momentos, me vienen a la memoria, todos esos politiquillos del tres al curto, que se creen oradores y, con sus palabras, lo único que hacen, como se dice popularmente, es subir el precio del pan.

No aprenderán nunca, porque su enorme ego, les hace creerse tener unas facultades de las que carecen totalmente. Las chorradas que salen de sus bocas, alcanzan tal nivel, que no hay forma de mejorarlas.

Lo siento, sé que no tenía que decir nada de esto porque había prometido ser bueno y hablar sólo de la Semana Santa, pero hay cosas que hacen hablar a los mudos.

En fin que, continuando con lo que estábamos hablando del Medinaceli, en cuanto el padre Pepe terminaba su alocución una saeta, cantada por Manuel Díaz, volaba hasta el cielo.
 

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