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OPINIÓN - JUEVES, 20 DE MARZO DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Los billetes del barco

Por Ramón Ros


Estupor, desorientación, incredulidad, perplejidad…, hastío y decepción y no se cuantos más vocablos se nos han venido a todos a la cabeza para definir una situación intolerable.

Intolerable porque todo el mundo sabe que es lo que pasa y también todo el mundo sabe o por lo menos imagina, que la cosa tiene que tener solución, pero nadie quiere dar el primer paso.

Ya no sólo se trata de disuadir a cualquier ceutí de llevar una vida normal, es decir, de hacer lo que hace todo el mundo en cualquier parte de España: de coger el coche e irse al pueblo de al lado a respirar relajadamente el fin de semana o el puente, obligándonos a dejar las divisas en Marruecos, al erigirse el vecino del sur en la única vía de escape no prohibitiva. Se trata además y no sobre todo, pero si además, de colocar a Ceuta a miles de kilómetros reales de la península ibérica y de nuestros compatriotas, para quienes llegar a Ceuta a pasar ese fin de semana relajante o ese puente, es más caro que irse al Caribe. Y mientras tanto podremos seguir yendo a ferias de turismo para promocionar Ceuta, que aquí sólo vendrán aquellos a los que les paguemos todo, hasta la intención de venir, turismo subvencionado, de escaso valor.

Alguien tiene que hacer una profunda reflexión, para al instante siguiente proponer grandes soluciones. Y decimos alguien porque no se trata de identificar un único responsable, que de tener que hacerlo diríamos claramente que son las navieras, que viven de Ceuta y no se implican nada con ella, aunque lo cierto es que no son los únicos que muestran esta pauta de comportamiento, porque Ceuta tiene mala suerte, como una amante malquerida a la que sólo se ama para saquearla y después abandonarla.

Pero las distintas administraciones públicas, además de “deleitarnos” con sus batallitas respecto de fiscalizaciones sobre planes de empleo y viceversa, cosas que a nadie le importan salvo a quien quiera seguir enchufando a almas cautivas, como tampoco le interesa a nadie quién o a qué huele la naftalina y, si apuramos, llegaremos a la conclusión de que a la gente normal les importan un pito Paco Antonio o Carracao, deberían esas administraciones sentarse juntas para diseñar la forma definitiva de hacer que Ceuta no sea un refugio inexpugnable, un desierto indeseable y por el contrario fuese un destino deseado y una playa abierta de verdad a todos, un lugar en el que sus propios residentes se sintiesen privilegiados y nuestros visitantes no tuviesen que sufrir una odisea financiera sólo por pensar en visitarnos. O sea, además de un sitio bonito, un sitio normal.

Tampoco deben los empresarios escaparse de recibir algún reproche, incapaces como se han manifestado tradicionalmente de hacer otra cosa distinta que la de pedir y pedir, como si fuesen simples vecinos de Hadú o de Pedro Lamata y no agentes económicos y principales beneficiarios o perjudicatarios de una economía basada en el comercio y los servicios, además de los funcionarios públicos.

Terminaremos estas breves reflexiones con una final: en este mercado, por cuestiones morales, de justicia y de igualdad de oportunidades, las administraciones públicas están obligadas a intervenir. Si se siguen quedando impávidas, habrán demostrado que no sirven para nada y, desde luego, quien sea que arregle el problema definitivamente, obtendrá el apoyo mayoritario del pueblo de Ceuta.
 

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