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OPINIÓN - DOMINGO, 23 DE MARZO DE 2008

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

El veneno por delante
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

La Semana Santa toca casi a su fin, digo casi porque en Catalunya aún tendría, si no estuviera jubilado, fiesta el lunes y eso que estoy en mi tierra.

Una de las poquísimas veces que me he acercado a un templo para presenciar la salida del paso ha sido en la Iglesia de Nuestra Señora del Valle, allá por la calle Brull aunque el paso sale por Cortadura del Vallle. Ignoro quién o a qué se debe el nombre de la calle, me refiero a la calle Brull, porque de lo único que se es que ese nombre pertenece al topónimo de un pueblo catalán de la comarca de Osona, en la provincia de Barcelona, ubicado en una localización privilegiada, en la parte superior de un valle formado por la montaña del Matagalls y del Pla de la Calma y como está a unos 800 m de altitud, da unos planos fotográficos de la zona dignos de plasmar, pues en el horizonte se divisa parte de los Pirineos, la montaña de Montserrat y La Mola. Ignoro, repito, si es por ese pueblo del que recibe el nombre la calle.

Bueno, a decir verdad la salida del paso del llamado Santísimo Cristo de la Paz y María Santísima de la Piedad no me ha producido ninguna emoción. Soy así, por lo que no esperen hipocresía por ningún lado. Mas bien he contemplado el acto como contemplo el traslado y paseo de estatuas, muchas he visto a lo largo de mi vida en el mundo cultural de los museos barceloneses, y no consigo relacionar ese espectáculo lugareño con las virtudes celestiales de la religión. Tal vez sea un gran pecador y no me merezca la gracia divina… ¿qué le vamos a hacer?, aunque tampoco creo en eso de “ego te absolvo” ya con un pie en la tumba.

No crean que vengo con ánimo de polémica, respeto y mucho las creencias de cada cual y solo plasmo la opinión personal de quién está a vuelta de hoja.

Siguiendo el hilo narrativo, he continuado con la observación de la salida desde la iglesia de los Remedios de los pasos correspondientes al Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora del Mayor Dolor. Más de lo mismo, observo ésta vez a la gente y noto un pequeño fervor tamizado, más patente en las personas mayores sobretodo mujeres, y los aplausos que sonaron, creo, que serían dedicados a los sufridos costaleros en su esfuerzo por sacar del templo las pesadas moles que otra cosa.

Ya en la carrera oficial, apenas pude seguir el resto de la procesión a causa de que mi hijo pequeño se estaba impacientando por regresar a casa. Por lo que cogí el portante y nos largamos. Antes, empero, quisimos cenar en el bar que nunca más volveré a pisar. Un bar cuyo dueño se cree Napoleón Bonaparte, y de hecho lo es en el sentido paranoico. Un tabernero faltón y que cree que por tener confianza puede faltar gravemente a las personas. Un tabernero que no tiene ni pizca de cerebro para insultar a quién sólo le está pidiendo una bebida, si tan agobiado de trabajo es enteramente por su culpa, es su trabajo, no la de los clientes. Eso no le autoriza a insultar como insultó a unos clientes que nunca, seguro, nunca le han ofendido de ninguna de las maneras.

En ese bar he coincidido con la portavoz del Gobierno local, he coincidido pero no he cambiado palabra alguna con ella. Obviamente no me puedo dirigir a quién no conozco personalmente y no me ha sido presentada. Solo lo plasmo como una anécdota de las muchas que he vivido. Lo malo de todo ello es la postura del tabernero. Ya es, desde ahora, un perfecto desconocido para mí. Y malo por más señas. Su taberna, bar, mesón o como se llame está desde este momento tachado de mi guía, espiritual por más señas.

Como la cosa se estaba poniendo tan fea y la vergüenza ajena me invadía por momentos, en un frenazo para reprimir mi tendencia natural a replicar, por no querer hacer una escena pueblerina de baja estofa, opté por irme a otro bar-restaurante, que está en pleno paseo de La Marina, donde nos sirvieron de manera exquisita y extremadamente educada, a pesar de que había tanta gente que quedaban fuera del foro.

En fin, que he pasado un Viernes Santo como si hubiera sido un viernes simple. El fervor religioso hace tiempo que dejó de rondar por mi alrededor, y mis conversaciones con Cristo siguen su curso, afortunadamente, todas las madrugadas sin importar si son o no fiestas de guardar. Entre Él y yo existe una camaradería difícil de encontrar en el mundo terrenal y lo que hablamos, obviamente, es cosa íntima de uno que no puedo ni quiero hacer pública. No pertenezco al ramo del sensacionalismo ni creo en los milagros… menos aún si los que lo hacen eran guerreros antes que santos por la gracia de la Iglesia.
 

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