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OPINIÓN - MARTES, 8 DE ABRIL DE 2008

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Intrusos en la penumbra
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

Increíble pero cierto, estaba desayunando, en uno de los bares que frecuento en mi segunda ciudad, junto a un compañero de tertulia que se levantó demasiado temprano para empezar la ídem cuando en un momento único, una cabeza de rata asoma por el borde del mostrador.

Unos ojillos brillantes y negrísimos me mira directamente mientras unos finos bigotillos se mueven constantemente al compás de una finísima naricilla. Al menor movimiento de brazos de mi compañero de desayuno, la rata desaparece inmediatamente por donde había asomado.

No me atreví a decirle nada ni a mi compañero ni al patrón, pero una de las clientas del bar, que estaba desayunando en la barra junto a otras chicas, pegó tal grito de espanto que todo el mundo se enteró que una rata andaba suelta por el local. La estampida fue memorable, sobre todo en el campo de las mujeres, y la cara del patrón se puso verde…

Todo el mundo sabe que una rata tiene la capacidad de reproducción idéntica a la de los conejos, conejos del reino animal se entiende, y son animales de la oscuridad y la penumbra. Están tan habituadas a convivir con los humanos que están en todas partes. No es un problema de sanidad, ni de aseamiento y adecuación de los locales que albergan bares y restaurantes, sino de planificación contra la plaga.

Con esto quiero decir que en todas partes existe esa clase de rata que asoma impunemente su rostro y desaparece acto seguido en cuanto es avistada. Esa clase de ratas existen en todas las ciudades y pueblos disfrazadas de humanos, con la misma cara y los mismos ojillos. Esas ratas a las que ponemos el nombre de pederastas y que no son más que unos pervertidos obsesos sexuales, además de criminales.

Son tan complicados de descubrir hasta que se muestran como se mostró esa rata del bar al que voy con alguna frecuencia, son unos bichos que merecen ser exterminados, no ya en la vida, sino en el arma que utilizan para cometer sus horribles actuaciones. No somos nadie para quitar la vida a un ser humano, aunque éste se lo merezca infinidad de veces, pero sí podemos evitar esa proliferación mermando sus “poderes” físicos que le marquen de por vida para que no vuelva ni pueda reincidir.

Todos sabemos que esos intrusos, que acechan y merodean en la penumbra como las ratas, lo son para toda su mísera vida. En parques, jardines, avenidas, calles se descubren fácilmente por sus miradas, plenas de lascivia, dirigidas con frecuencia hacia la gente menuda. Si bien no osan acercarse a la gente menuda cuando hay mucho público, acechan continuamente a su futura víctima. Saben donde viven, su rutina diaria, quiénes son sus familiares…

Si me topo con un representante de esas ratas, las tripas se me revuelven necesariamente, me veo imponente para descubrirlo ante la sociedad. No puedo hacer absolutamente nada si no lo pillo “in fraganti”, cosa difícil porque, al igual que las ratas, no se permite que sea observado y no es suficiente para advertir a las autoridades de seguridad, porque siempre se recibe la respuesta de que sin pruebas no hay nada que hacer… hasta que sucede lo evitable.

Entre tanto, la rata que asomó su cabeza por la barra del bar ha tenido tiempo de escabullirse por el agujero, que ella misma tal vez abrió, en algún rodapié de las cuatro paredes del local, otra posibilidad es que se coló a través de los canales de desagüe, llevándose consigo esa sarta de microbios y bacterias dañinas…
 

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