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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 16 DE ABRIL DE 2008

 
OPINIÓN / CRITICA DE CINE: 'LA GUERRA DE CHARLIE WILSON?

Magistral lección de historia y política
con cierto tufillo a barras y estrellas

Por Rober Gómez


El titular de esta crítica resulta contradictorio, soy consciente; pero es que La guerra de Charlie Wilson resulta así de contradictoria entre su arranque y su cierre y su desarrollo, el grueso de la cinta.

La nueva obra de Mike Nichols, un artesano del cine, no sólo se limita a poner sobre la palestra lo sucio de los entresijos de la política, como otras muchas películas hicieron antes con gran resultado –Juan Nadie (Frank Capra, 1941), El político (Robert Rossen, 1949) Bulworth (Warren Beatty, 1998) o Primary colors (precisamente de Nichols, 1998), sino que lo que la convierte en algo especial es que resulta un brillante análisis socio-político-económico de la Guerra Fría, gracias a la lección magistral de historia que hace sobre el conflicto checheno que enfrentó bajo el tapete a la Unión Soviética y Estados Unidos.

Cuenta la Historia que de momento se resiste a aparecer en los libros de texto, la que está escondida debajo de las alfombras de la CIA o el KGB, la que le gusta indagar a Michael Moore –manipulaciones aparte–; pero tiene el inmenso acierto de contar como referente con la novela que George Crile le escribió a Charlie Wilson, un congresista que se convirtió, casi sin quererlo, en actor principal de aquella guerra no declarada entre el comunismo y el capitalismo. Todo ello con la libertad de dramatización necesaria para narrar cualquier hecho real.

En 1973 un golpe de estado derribó la monarquía y proclamó la República en Afganistán. Cinco años más tarde se instaló un gobierno comunista, pero la actividad de la guerrilla islámica provocó la intervención Soviética, que terminó en 1989 gracias al apoyo económico estadounidense. Una vez retirada la URSS, Estados Unidos se desentendió del pueblo afgano y se reanudó la guerra civil. En 1996, los talibanes entraron en Kabul e impusieron un régimen basado en la sharia.

Wilson es un congresista faldero y hedonista, pero con principios morales –no muchos, pero algunos–, con acceso a las cuentas secretas de la CIA. Como un antihéroe, acaba convirtiéndose en el principal valedor norteamericano de la causa afgana, pueblo que estaba siendo masacrado por la Unión Soviética en los años 80. Su campaña, sin embargo, no se ve impulsada en las altas esferas por ningún valor moral, únicamente la coyuntura de la Guerra Fría.

Un cóctel de política, cristianismo, islamismo, judaísmo, sionismo, capitalismo y comunismo en principio imposible, pero todo queda magistralmente explicado de la mano de Mike Nichols, que zurze en clave de comedia una panorámica desalentadora de las maquinarias de Estado.

En definitiva, Nichols ahonda en la idea de Karl Marx de que solamente podemos concebir científicamente la Historia si la interpretamos como una serie de contradicciones que se dan en la estructura económica. Sólo así se explica que Estados Unidos e Israel se uniesen con Egipto y Paquistán –países que ni siquiera reconocían el derecho a existir del pueblo judio– para ayudar a Afganistán contra la Unión Soviética.

La guerra de Charlie Wilson narra con pulso y brío toda la red de intereses que llevaron a que la URSS fuese derrotada por un país pobre que nadie sabía situar en el mapa antes del 11-S. Fue la primera vez que el ejercito soviético se vio obligado a claudicar.

La obra de Nichols se beneficia de las interpretaciones de gran altura de dos de los mejores actores de la actualidad: Tom Hanks y, especialmente, Philip Seymour Hoffman.

Hanks pone el cinismo y Seymour Hoffman la ruda nobleza para lograr diálogos mordaces.

La utilización de imágenes de archivo de la guerra soviético-afgana es otro acierto a la hora de recordar que prácticamente se trata de la ficción en clave de comedia de un documental sobre un hecho histórico de la Guerra Fría. Casi nada.

Ahora, Nichols no logra aislarse de ese tufillo patriotista, ausente durante el grueso de la película en tanto en cuanto nos está dando una visión mordaz nada idealizada de uno de los bandos; pero que aparece en el arranque y el final del largometraje.

La exaltación del modelo democrático –con una inmensa bandera de Estados Unidos abriendo y cerrando la peli– no tiene mucha justificación teniendo en cuenta que los intereses económicos primaron sobre cualquier tipo de humanidad. Entonces, ¿por qué?

Y los afganos utilizaron el adiestramiento militar de la CIA para derribar las Torres Gemelas y matar a más de 3.000 estadounidenses en 2001.
 

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