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OPINIÓN - JUEVES, 17 DE ABRIL DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

José Antonio Rodríguez
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Es madrugador. Por lo cual me es posible cruzarme con él muchas mañanas. A veces, va tan ensimismado que uno opta por no decirle ni pío. No vaya a ser que le sea perjudicial despertarse de esa especie de sonambulismo que parece dominarle.

José Antonio Rodríguez, a la chita callando, lleva ya sus años formando parte del Gobierno presidido por Juan Vivas. Comenzó siendo no sé qué en la televisión pública, y luego estuvo de viceconsejero de Turismo. Donde, sin arrogarse jamás facultades de perito de la cosa, cubrió una etapa excelente.

De su quehacer en la parcela de turismo, conviene resaltar la sencillez que imprimió a sus acciones y de qué manera tan extraordinaria afrontó las relaciones con los pueblos blancos de Andalucía. Unas relaciones que estaban olvidadas y que gracias a las gestiones de Rodríguez tomaron un vuelo considerable y necesario.

Durante ese tiempo, apenas ayer, al viceconsejero le llovieron las críticas de quienes andan siempre pensando en un turismo de altura. Visitantes que lleguen a la ciudad dispuestos a gastarse una pasta gansa. Y, claro, los tales no cesaron de hacer mofa de cuantas personas arribaban a Ceuta, tocadas con el sombrerito tan sonado.

Rodríguez es persona llana, sencilla, afable... Cuyo don más preciado es que sabe sus limitaciones y pocas veces se permite el lujo de olvidarse de ese conocimiento. Fundamental para no pegarse costalazos peligrosos. Es verdad que ha cometido errores. Y él es consciente de ello. Pero aquí cabe perfectamente eso de que tire la primera piedra...

A lo mejor por ello, vaya usted a saber, JAR vio un día cómo se quedaba sin la viceconsejería de Turismo y era nombrado consejero de Gobernación. ¡Menudo cambio!... Era como llevar cuatro novilladas mal contadas y de pronto, por arte de birlibirloque, verse anunciado en los carteles de la Feria de San Isidro. Una pasada, que diría cualquier joven.

El hecho produjo la consiguiente alegría entre quienes lo tenían enfilado. Y empezaron las murmuraciones, convertidas en deseos: en Gobernación se va a enterar Rodríguez de lo que vale un peine. Va a durar menos que una naranja en la puerta de un colegio. Y así, entre tópicos y sandeces, sus enemigos se regocijaban cada día de propalar el embolado que, según ellos, le había metido el presidente de la Ciudad. Con ánimo, por supuesto, de que se estrellase en un cargo tenido por complicado y donde pocos consejeros han conseguido salir airoso.

Bajo tales perspectivas, que no auguraban nada bueno para el devenir del consejero de Gobernación, éste se incorporó a su despacho llevando como único bagaje su conocimiento de la calle; su más que acreditada forma de ser, en la cual destaca no darse pote de nada ni tratar de ser más listo que nadie; y su mayor cualidad: dialogar con todos y todo el tiempo que sea necesario para conseguir acuerdos y evitar las posturas extremas. Tarea ardua para un consejero de Gobernación. Por cuestiones más que sabidas. Por consiguiente, cuando Rodríguez ha pasado ya la prueba de fuego de su primer año al frente de la consejería de Gobernación, yo he creído conveniente dedicarle esta columna. Aunque, eso sí, se le echa de menos en Turismo. Las cosas claras.
 

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