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OPINIÓN - VIERNES, 18 DE ABRIL DE 2008

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

La entrega gratis de Ceuta y Melilla

Por Enrique Montánchez*


El pavoroso silencio del PP sobre Ceuta y Melilla, antes de las elecciones del 9-M y ahora también, alienta la sospecha de que la negociación emprendida por Rodríguez Zapatero con Marruecos sobre el futuro de las dos ciudades no es una iniciativa que lidere en solitario. Hay suficientes antecedentes que apuntan a que los dos principales partidos de la España democrática han estado de acuerdo desde el comienzo de la Transición, hace ya tres décadas, en buscar una salida política a la situación de las dos ciudades españolas en el norte de África.

Para los desmemoriados no está de más recordar que aquel “tanque de ideas” que fue Godsa (Gabinete de Orientación y Documentación, S.A.) creado a finales del franquismo por políticos y militares próximos a los servicios de información para influir en el cambio de régimen, y del que Manuel Fraga fue mentor intelectual, elaboró varios documentos defendiendo compartir con Marruecos la soberanía de Ceuta y Melilla. Sostenían que la mejor fórmula, aceptada por Hassan II, era nombrar a los herederos de las dos coronas copríncipes de Ceuta y a los segundos en la sucesión, la Infanta Elena y el Príncipe Rachid, copríncipes de Melilla.

La “hoja de ruta” seguida por Zapatero, en la que se asegura que dentro de nueve años las dos ciudades alcanzarán un nuevo status, y el autismo del principal partido de la oposición, hacen pensar en un Pacto de Estado que superaría, incluso, a socialistas y populares.

Si el futuro de las dos ciudades está comprometido y sentenciado, ¿por qué no explicar públicamente los motivos? ¿Por qué hacerlo a espaldas de la ciudadanía? La tradición histórica española a la hora de entregar territorios, sea o no en procesos de descolonización, es nefasta. Y en el último siglo con Marruecos como protagonista. Primero el Protectorado, después Ifni y más tarde el Sahara Occidental. Siempre gratis total y sin capacidad de negociar compensación económica o estratégica alguna.

Causa envidia el ímpetu de la diplomacia británica, sustentada en gran medida por las capacidades militares de Reino Unido, a la hora de afrontar reivindicaciones territoriales en todo el mundo. Baste recordar el episodio de las Malvinas y la fulminante reacción de Londres para mantener la soberanía sobre unas islas de escaso valor geoestratégico a miles de kilómetros de la metrópoli. Sin hablar, por cercano, del caso de la roca gibraltareña arrebatada por la Corona británica en 1713.

Si, realmente, nos encontramos ante un Pacto de Estado no explicado, ¿qué provecho espera sacar España por ceder parte de la soberanía de Ceuta y Melilla?, descontado el objetivo irrenunciable de asegurar el futuro de los ciudadanos españoles en ambas ciudades. La pregunta más lógica es: ¿obtendremos, a cambio, la cosobernía sobre Gibraltar? La experiencia acumulada inclina a pensar que podemos encontrarnos dentro de un decenio con Ceuta y Melilla marroquinizadas en lo político, lo demográfico, lo cultural y lo económico, y el ministro de Exteriores de turno seguir negociando sobre un Gibraltar cada día más gibraltareño.

Si no fuera por la importancia de lo que está en juego para convertirnos, de una vez, en una potencia media respetada, sólo quedaría el consuelo romántico, que no político en una Europa unida, de que Portugal reconozca definitivamente la españolidad de Olivenza, recuperada en la Guerra de las Naranjas. Después de que el historiador Stanley Payne acaba de desvelar que el dictador Franco abrigó la intención de invadir Portugal para ver cumplido su sueño imperial, ni siquiera podemos aspirar a que Lisboa esté por la labor.

* Subdirector de ‘El Imparcial’
 

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