| 
                     El horizonte laboral es negro 
					aunque la reacción social brille por su ausencia. A los 
					hechos me remito, sin contar los obreros que están empleados 
					en trabajos indecentes, que es otra manera de estar 
					desempleado. Al término del primer trimestre de este año, un 
					buen puñado de ciudadanos en edad de merecer trabajo, no 
					hallan lugar donde arrimar el hombro. Los desocupados cada 
					día son más y, también entre los ocupados, no es oro todo lo 
					que reluce como digo. Se dispara la tasa de temporalidad y 
					la precariedad laboral es pública y notoria. Las 
					interminables jornadas de trabajo, con salarios ínfimos, 
					están a la orden del día. O lo tomas o lo dejas. Es palpable 
					que ni avanza la justicia hacia los empobrecidos, ni tampoco 
					despega el trabajo digno y productivo en condiciones de 
					libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana para todos. 
					A pesar de que sea un derecho y un deber constitucionalizado, 
					con siglos de reivindicación a las espaldas, la calidad del 
					empleo está de capa caída. Quizás no vayamos para atrás, 
					pero tampoco avanzamos como corresponde a una sociedad 
					avanzada o que aspira a serlo. 
					 
					La relación de accidentes, lesiones y enfermedades 
					relacionadas con el trabajo, tampoco bajan. Es otra de las 
					lacras. A mayor precariedad también mayores abusos. La 
					cultura de prevención en el papel, pero no en las obras. La 
					misma Organización Internacional del Trabajo pone en solfa 
					el incremento de accidentes y enfermedades relacionadas con 
					el trabajo. Sin embargo, yo si que pienso que muchos de los 
					riesgos pueden ser eliminados o reducidos en su origen, a 
					poco que hagamos cumplir las normativas. Lo que sucede 
					además que pagan siempre los mismos. La factura para el otro 
					barrio suele correr a cargo del obrero, obrero. Es cierto 
					que algunas empresas son por naturaleza más peligrosas que 
					otras, pero colectivos como los inmigrantes u otros 
					trabajadores marginales corren más riesgos de sufrir 
					accidentes de trabajo y afecciones de salud profesionales. 
					La pobreza suele obligarlos a aceptar trabajos poco seguros, 
					que deberían ser barridos del mercado laboral, con sanción 
					perenne. 
					 
					Dicen que la ociosidad, al igual que el moho, desgasta mucho 
					más rápidamente que el trabajo. Aunque hay trabajos y 
					trabajos. El intelectual está mejor considerado que el 
					físico. Jamás lo entendí. Porque detrás de cualquier trabajo 
					hay siempre una persona. Y el trabajo debiera llevar la 
					etiqueta de la unidad y de la solidaridad. Por ello, hay que 
					unirse y solidarizarse aunque solo sea por principio ético. 
					Un valor obrero que se ha perdido. Demasiado trabajo 
					impuesto que raya lo indecente campea a sus anchas. Hay muy 
					poca oferta de trabajo al servicio de mujeres y hombres. Hay 
					trabajos verdaderamente que degradan al ser humano, lo matan 
					de por vida, y que, inconcebiblemente, apenas producen 
					reacción social alguna. El mundo obrero sigue ahí aunque no 
					se le oiga, un tanto aletargado eso sí. Quizás le falte más 
					valor para hacerse valer. Un trabajo de constancia, 
					copartícipe, de método conjunto y de organización obrera, 
					estoy seguro que haría mermar la precariedad laboral. Es 
					mucha la injusticia que se esparce a diario. Luto en el 
					horizonte laboral obrero, vale, pero jamás adormecimiento 
					solidario. 
   |