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OPINIÓN - martes, 29 DE ABRIL DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Dinero bien pagado
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me imagino a los tripulantes del “Playa Bakio” cuando fueron asaltados por los piratas somalíes, ateniéndome a lo que tantas veces he leído sobre lo que suponía para cualquier español ser apresado por los berberiscos en el Quinientos, viviendo un drama.

Un drama que, en principio, constaba de tres actos: primero, verse de la noche a la mañana de libre en cautivo, con la consiguiente estupefacción y más jindama que Curro Romero cuando un mal día le dio por torear toros de Phala. (morlacos portugueses, muy en la línea de peligrosidad que se le reconocía al entonces presidente Oliverio Salazar) Segundo. Armarse de paciencia, y pensar que serían rescatados por medio del gobierno de la Monarquía. Pero ni Carlos ni Felipe estaban por la labor. Y bien que lo supo Cervantes en su momento, cuando instaba a la invasión de Argel para salvar a casi veinte mil cristianos en cautiverio. Tercero. No incomodar a los piratas, pues empalar a un cautivo costaba nada y menos.

Eso sí, en aquellos tiempos había también familias que sufrían en sus carnes la situación de los suyos y hasta se arruinaban con tal de recuperar a sus seres queridos. Y, por lo tanto, necesitaban de la ayuda de los intermediarios. Algo parecido, cambiando lo que haya que cambiar, a esos abogados del Reino Unido que se encargan, actualmente, de pactar condiciones y cobrar la recompensa.

Semejante labor la realizaban Órdenes religiosas especializadas en rescates, como trinitarios y mercedarios. Y mucho me temo que aquellos santos varones no actuarían sólo por amor al prójimo. Y en mis notas, sacadas de lecturas, aparecen los Reyes Católicos dando su carta de licencia el 10 de mayo de 1501 a favor de un vecino de Medina-Sidonia, llamado Juan Caballero, para que durante tres años pudiese andar pidiendo limosnas, con las que rescatar a sus hijos, cautivos de los moros. Y no faltaban las peticiones de ayuda directa a la Corona. La realidad es que mediante ese procedimiento los cautivos morían la mayoría. Y se puso de manifiesto que los Reyes estaban dispuestos a jugársela en guerras religiosas y nunca por españoles cautivos.

Por consiguiente, a mí me parece bien, y más que bien requetebién, el final que ha tenido el secuestro del “Playa Bakio”. Aunque el Gobierno de ZP haya tenido que entregarle a los abogados británicos la pasta consiguiente. Todo antes que perderse en discusiones o permitir que un ministro de Defensa convenciera al presidente de la conveniencia de abordar a veinte piratas famélicos, armados hasta los dientes y dispuestos a morir matando. Claro que de haberse seguido las directrices marcadas por Gustavo de Arístegui, y otros de su cuerda, se hubiera dejado la vida de los cautivos a su suerte. Menos mal que cuando proclamó que con los piratas no se dialoga alguien le respondió, tan rápido como acertadamente, que se entregara él cual rehén a cambio de la tripulación.

Tampoco vale recordar que contra la piratería sólo hay un remedio: colgar al pirata del palo mayor. Poniendo como ejemplo lo que no ha mucho hicieron los franceses por medio de comandos especiales. Porque no hay dos situaciones iguales. Ello me hace pensar, torcidamente, que quienes se han manifestado así, no les importa el mal precedente sentado por el rescate. Y sí les fastidia haberse quedado sin paladear el morbo de una posible tragedia.
 

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