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OPINIÓN - DOMINGO, 4 DE MAYO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Delegados del Gobierno
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Muchas veces he contado cómo Manolo Peláez, primer delegado del Gobierno de la democracia en Ceuta, me dijo que quería tenerme cerca de él en ciertos momentos. Lo hizo un día en el cual me invitó a pasear por los jardines del entonces Hotel La Muralla y bajo las miradas expectantes de quienes estaban en ese momento ocupando su sitio en el célebre ‘rincón’. Mi respuesta fue que mi carácter no era el adecuado para comprometerme a tales menesteres. Y que de mí lo único que podía obtener era mi amistad. La cual, sin duda, no era gran cosa para él. Pero el hombre, que se hallaba en aquellos momentos necesitado de poder hablar con alguien que no perteneciera al grupo distinguido de lameculos, insistía en ganarme para su causa. Al final se fue sin que ambos nos dirigiéramos la palabra.

Ramón Berra pasó por la ciudad como un suspiro. Su mente estaba puesta en otras cosas y su organismo no parecía estar preparado para resistir los avatares del azaroso cometido que le habían endilgado sus compañeros socialistas. Creo, cito de memoria, que jamás crucé con él la menor palabra. Por más que de Berra me hablaba muy bien Fructuoso Miaja.

Con Pedro Miguel González Márquez me vi obligado a saber quién era y cómo se las gastaba. No en vano manejaba las riendas de “El Periódico de Ceuta”, cuya gestión llevaba Félix Muñoz: testaferro del medio y un tipo con quien disfruté de lo lindo, a pesar de que luego me quedé sin cobrar cuanto me dejaron a deber cuando Francisco Fraiz y su compinche en el Gobierno decidieron darle matarile al periódico. Lo de no cobrar fue por culpa del delegado del Gobierno y de un mal funcionario que participó en ello.

María del Carmen Cerdeira trató siempre por todos los medios de que fuera yo quien entrevistara a todos sus compañeros de partido, con cargos relevantes, que venían a Ceuta. Era ella la que se dirigía al medio pidiendo ese cometido para mí. Jamás olvidaré el buen rato con que me obsequiaron ella y Carmen Romero... Nos lo pasamos bomba en un despacho de la calle de Daoíz.

Javier Cosío
iba con Pepe Torrado cuando me dijo un día que él había vivido en la casa donde yo lo estaba haciendo entonces: Delgado Serrano, número 1. Y luego, si te vi no me acuerdo... Porque el hombre perdió tan pronto el oremus como papeles de sus cajones en los ratos de sopor.

Con Luis Vicente Moro me cuidé mucho de no intimar. Por más que mantuvimos dos o tres reuniones. Sobre todo en momentos donde sus relaciones con Juan Vivas estaban debilitándose. Un día lo puse en su sitio. Ya que se lo tenía merecido. Testigos hay del hecho.

Jerónimo Nieto era de un triste subido de tono. Una vez, mientras le hacía una entrevista en su despacho, me dijo que sería conveniente que mantuviésemos una charla acerca de ciertas cosas... Pero le pegué una revolera y salí andando con garbo hacia el burladero del 4. Con Jenaro García Arreciado he cruzado dos o tres palabras, en cinco ocasiones. Y debo decir que me cayó bien desde el principio. Por lo tanto, le deseo en su despedida toda la suerte del mundo. Eso sí, debería poner a José Fernández Chacón al tanto de lo que se cuece en una ciudad que, por sistema, detesta a los delegados socialistas. Y, colorín colorado, a empezar de nuevo.
 

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