Ciertamente uno cree encontrarse
en un país donde el libre albedrío no está condicionado por
imperantes ajenos a los verdaderos sentimientos del mismo.
Si las decisiones de uno dependiera de las imposiciones de
otros, ya no sería libre de opinar como le viene a las
mientes.
Me he dado una vuelta por los mentideros políticos y
culturales de la ciudad, pasando lo más desapercibido
posible (cuánto daría por ser el hombre invisible) y uno se
entera de cosas, demasiadas, que lo apabulla al momento.
Cosas que, a pesar de todo, deberían ser publicables si en
ésta ciudad no existiera unos condicionantes impuestos por
quienes tienen mucho que perder si se dan a conocer esos
otros asuntos oscuros.
En la prensa existe una definición muy clara sobre la
influencia de ciertos personajes para que no se escriban
determinados artículos que, de una manera u otra, podrían
perjudicarles de manera notoria y les hace frente con esa
manida combinación de tráfico de influencias de manera que,
sin alterar el orden establecido, vayan minando la moral del
articulista con una hipócrita sonrisa de lado a lado de la
cara.
Por suerte, para la prensa, o desgracia, para los
influyentes censores, el Gobierno está estudiando implantar
la transparencia en todos los aspectos y condicionantes de
la gobernabilidad del país, como ya ocurre en países más
avanzados como Suecia, Finlandia, etc. y ello conlleva el
derecho de que el ciudadano tengan conocimiento de todo lo
que se cuece, siempre que no afecte a la seguridad del
Estado.
Los ciudadanos, que estos meses andan liados con la
declaración, tienen pleno derecho a saber qué hace en
realidad el Estado con la economía del país y que las
condiciones imperantes en una democracia plena así lo exige.
Se supone que uno vierte su opinión en la prensa movido por
el afán de poner las cosas claras y, sin llegar a ser de una
manera rotunda, exponer las razones del porqué de esas
opiniones en contra de actuaciones contradictorias con la
más pura lógica. Tal vez uno no sepa expresar claramente sus
ideas sobre cualquier tema de importancia y tal vez
aparezcan palabras duras que pueden dar a entender una
tergiversación que el fondo no existe. Pero eso ya entra
dentro de la especulación a todos los niveles y si existen
demasiados lameculos eso ya es harina de otro costal. No se
puede esperar otra cosa de una ciudad de la que, en todos
los mentideros políticos y sociales del país, cuelga el
cartel de “bastión fascista”. No lo digo yo ni lo afirmo. Lo
dicen otros en una inmensa mayoría. Hasta los propios
caballas lo confirman.
En muchas tertulias en la que he participado, he comprobado
personalmente que quienes siempre quieren tener razón no
dejan terminar de hablar a nadie. Interrumpen cada dos por
tres con exclamaciones aferradas a determinadas palabras sin
razonar el conjunto de la frase., Vuelven una y otra vez
sobre el mismo tema, como si su insistencia sirviera para
que se le reconozca su inexistente razón. No rebaten con
lógica las opiniones contrarias a ellos. Chillán más que una
mona gibraltareña en celo y no dejan de intercalar puyas y
palabras malsonantes. Lamentablemente los que así actúan son
todos de derechas y todos furibundos defensores del
conservadurismo más arcaico y ramplón.
Ello implica que sea imposible razonar con gente así,
implica que tengan que ser ignorados por cómo se comportan,
no por lo que aparentan que son. Esa clase de gente son los
que de verdad traen problemas al país con su intransigencia
y su intolerancia. Rompen cualquier fraternidad surgida de
las relaciones sociales. Si de esa clase de gente
dependiera, todos los demócratas de cualquier signo,
religión y condición habrían desaparecido de la faz de la
tierra.
Cambiando de tema, en una corta andadura por ampliar
conocimientos, pregunto: ¿por qué en éste país se entregan
medallas al mérito siempre a los muertos? ¿Por qué no se
hace esa entrega de medallas en vida? ¿Es que una persona
obtiene el reconocimiento de sus méritos una vez muerta?
¿Tendrá en el cielo un escaparate con los galardones no
recibidos en vida? Menudas patochadas son esas de agrandar
los méritos de un muerto. Pueden hacerlo mientras viven ¿No?
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