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sociedad - LUNES, 12 DE MAYO DE 2008


Salvador pescó ayer una dorada. c.i..

puerto de ceuta
 

Un día de pesca en el puerto

Las instalaciones portuarias de Ceuta
presentan cada domingo una calma que incita a dar un paseo por su Muelle España, donde varios pescadores suelen recibir del mar el regalo de doradas y sargos
 

CEUTA
Sergio Cobos

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Dicen de las ciudades con mar que parecen más vivas que las de interior. Y son precisamente sus puertos los que ofrecen pinceladas sobre el ánimo de sus ciudadanos en los días festivos y fines de semana. Las instalaciones portuarias, con sus diques y muelles, los barcos que llegan de otros países y la pesca capturada son atractivos que nunca aburren, a juzgar por la naturalidad con que tanto niños como mayores disfrutan de un día de sol entre los amarres.

José Luis era uno de los diez pescadores “de afición” que se acercaron durante la mañana de ayer a Muelle España. Y lo hizo con su hija pequeña, que, a juzgar por sus comentarios sobre los tipos de peces, conoce de sobra un arte del que ha escuchado hablar en su familia desde niña. Francisco no se pierde “ni los sábados ni los domingos si hace bueno”, porque el resto de la semana trabaja mucho. Se acerca al puerto y lanza la caña “donde se puede”, actividad que representa “una alternativa más de ocio saludable en Ceuta, además de dar paseos en bici por los llanos de La Marina o jugar con el balón”. Enceba el anzuelo, para el que usa “queso de bola”, y asienta la caña en un hueco del hormigón, para esperar pacientemente a que piquen “doradas y sargos, los típicos de aquí”, que después llegarán a la mesa de su casa porque no se cree “lo que dicen algunos de que el pescado sepa a petróleo de los barcos”. Afirma que el muelle tiene calado suficiente como para atraer a un gran número de especies de alta mar, seducidos por el marisco que se pasea por la entrada de la bocana. Por eso, “en los días buenos” se hace con un par de piezas de gran tamaño, aunque hay veces que vuelve a casa “con las manos vacías”.

Salvador y Luis tienen como objetivo la caza del mismo pescado, pero lo atraen con diferente carnaza. Este aficionado cincuentañero carga el sedal con el ermitaño, bastante suculento a juzgar por el escaso tiempo transcurrido desde que arrojó la caña hasta que el mástil comenzó a blandirse. En apenas cinco minutos, una dorada de dos palmos brotaba del agua izada por el nylon, con el cangrejo en el estómago y el anzuelo clavado en la boca. Felicitaciones de los vecinos de afición y amarre, y un preciado regalo del mar para la nevera, que guarda en el maletero del coche. Salvador conoce los secretos de esta forma de captura “desde muy pequeño”. Con apenas cuatro años acompañaba a su padre al muelle, donde ahora pasa las mañanas durante “todos los días de la semana, siempre y cuando nos dejen”. Y es que, según la Ley de Puertos, los pescadores no pueden hacer uso de las instalaciones portuarias para llevar a cabo este arte. Pero la Policía mira, por suerte, para otro lado y “hace la vista gorda” porque se trata de una costumbre ancestral que, en Ceuta, no podría llevarse a cabo de otra forma, a menos que se pesque en las escolleras, “por donde es peligroso caminar”.
 

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