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OPINIÓN - SÁBADO, 24 DE MAYO DE 2008

 

OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QUIM

Marear la gaviota
 


Quim Sarriá
quimsarria@elpueblodeceuta.com

 

Estoy paseando por los alrededores de la plaza de las Glorias de Barcelona, horrible monumento a la vanidad, y donde se levanta un edificio que es también un supuesto monumento a los atributos masculinos y que se llama Torre Agbar. Por lo menos, alguna cabeza supuestamente pensante ha decidido tirar abajo las construcciones que se levantan en la plaza y hacerla mejor desde el punto de vista de la estética y de la facilidad de tránsito. Una construcción de estructura fálica sobre una plaza de contorno circular me parece…

Esta plaza de las Glorias me recuerda el “scalextric” de la plaza de la Constitución de Ceuta.

Ahora mismo me llega el comunicado de que en Ceuta están a 21º y Málaga a 28º… ¡qué calor!, aquí estamos un poco más fresquitos, a 18º y bajando.

Paseando, veo a varios políticos con aire decidido adentrándose en la torre Agbar. Ignoro el motivo de esa entrada. No los sigo porque mi interés por las cosas de Barcelona se ha ralentizado bastante desde que resido en Ceuta.

Estoy contento, no digo supercontento para no molestar a mis detractores, porque cada día que pasa coronan con la diana del acierto las opiniones que he estado vertiendo en la prensa sobre política en general y del PP en particular.

Lo de Mariano Rajoy se veía venir desde lejos, desde la cima del Everest. La intransigencia del conservadurismo más ramplón sólo puede encontrar cobijo en partidos de derecha más derechista y ni siquiera sopesan las condiciones, que imperan hoy en día en tiempos avanzados, con las que establecer unas pautas para llevar la política de la derecha en la democracia.

El PP nunca fue, ni será, un partido homogéneo. Está compuesto, en su mayor parte, por gente que se consideran condes de los de antes, de aquellos con derecho a pernada, propietarios de partes divididas del inmenso solar que es el país. Gente que no permiten que otros les gobiernen, sean de signo político que sean. Gente con quienes la democracia resultaría un cuadro en abstracto colgado en el más recóndito rincón de cualquier sótano secreto.

La intolerancia de esa gente ha quedado patente con los fingimientos forzosos de las salidas del partido de gente considerada icono. Fuera de tiempo. Fuera de tono. Decisiones que por viejas hablan por sí solas de quienes son quienes.

Gente que no pueden esperar al Congreso de su partido para plantear las contradicciones que corroen su ideal. Gente que no dan la cara para ver si los votos, de sus propios correligionarios, van a su favor o en contra. Gente que prefieren imponer su punto de vista forzosamente sin proponerlo para su estudio, ratificación o rectificación.

Es una constante del PP que miembros significativos del partido salgan por la puerta de atrás, dejando con un palmo de narices a sus electores.

Mariano Rajoy, como buen gallego, es terco y firme en su decisión de presentarse a presidente del partido, a más de a presidente del Gobierno en las próximas elecciones, a pesar de que lleva a cuestas dos derrotas significativas.

El golpe de timón que ha realizado el gallego tenía que haberlo hecho antes, antes de la precampaña de la crispación y ello hubiera cambiado el signo de las elecciones de 2008. No fue así. No hizo el menor intento de cambio de rumbo en su política y el resultado está ahí: inamovible como los conservadores mismos.

La vergüenza está presente en esas manifestaciones de gente pepera ante su propia sede. Son gente que no paran de manifestarse -si dejaran de hacerlo caerían enfermas- ante la más mínima ocasión. Son gente que no quieren democracia pero usan la misma cuando les conviene. Gente que quieren levantar ampollas pestilentes con el único fin de destrozar la libertad de elección y la libertad de decisión aceptada por mayoría, siquiera simple.

Intolerancia e intransigencia, lemas de la derecha más papista que el Papa o, si quieren, más franquista que el propio, por ellos, llamado caudillo. ¿Dónde irán a parar?
 

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