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OPINIÓN - VIERNES, 13 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Aida Piedra
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Era una noche agosteña y Ceuta celebraba sus fiestas patronales con el gentío congregado en el Real de la Feria. En las casetas reinaba un ambiente extraordinario y corría el vino y la alegría. Presidía la ciudad Jesús Fortes y éste paseaba el recinto y rendía culto a la patrona sin querer creerse que su suerte política estaba echada. En este caso, su mala suerte. Puesto que había una quinta columna que actuaba afanosamente para que Antonio Sampietro se convirtiera en el próximo presidente de la Ciudad.

Faltaba un año, más o menos, para las elecciones. Pero esa noche Sampietro presentó sus credenciales en la caseta de San Urbano; con el beneplácito de quienes tenían que autorizarle a que celebrara en ella una cena con el fin de exaltar al GIL a la categoría de partido que venía a salvar a una ciudad que estaba deslizándose por la ladera conducente al abismo de la ruina.

Mientras Sampietro no cesaba de hablar de su programa electoral: un policía en cada esquina, calles limpias como los chorros del oro, obras faraónicas y desprecio absoluto por los políticos, ya que él se consideraba un gestor de mucho tronío, tenía sentada a su derecha una mujer que hacía de Belinda y que, la verdad sea dicha, concitaba todas las miradas sobre ella.

Aida Piedra sabía perfectamente el papel que estaba jugando. Como era también consciente de que podía presumir de encontrarse en el mejor momento de su vida como mujer que se metía por los ojos. Su cuerpo, en aquel entonces, era fuerte y hermoso. Y, claro, a Sampietro se le alegraban las pajarillas cada vez que la miraba. En aquella cena no faltaban las bromas, ni se escatimaban los chistes, ni mucho menos se ponía en duda el triunfo del GIL y el papel extraordinario que le tocaría jugar a quien nunca dejó de presumir de tener madera de playboy.

Uno de los comensales, en momento oportuno, me vendió que el futuro presidente de la Ciudad era un personaje muy corrido que venía de aprobar la carrera de macho ibérico en tálamos cubanos. Y cuando le pregunté si Piedra era la esposa del hombre que se había labrado fama de poderoso en alcobas de milicianas de Fidel Castro, me respondió, poniendo cara de alcahuete, que era su secretaria. O sea, la de Sampietro.

La historia política de Aida Piedra -en Ceuta- es conocida sólo por encima. De ella es sabido que participó en un voto de censura contra su jefe. Harta de él en todos los sentidos. Y a partir de ahí hizo su carrera. Se convirtió en consejera de Turismo y recuperó el habla y la altivez de mujer que había esperado su momento para dejar en la estacada a un macho ibérico de pacotilla.

Piedra paseaba la sala de estar del Hotel Tryp como una diosa garrida y miraba a los hombres cual si estuvieran todos cortados por la misma tijera que Toni el ‘Bon Vivant’ Escupía por un colmillo. Permítanme la vulgaridad. Pero no se le podía negar que la moza había demostrado habilidades de altos vuelos y que a la chita callando era capaz de conseguir lo que se propusiera.

Viene al caso referir este pasaje político, de años atrás, porque días pasados, cuando el ex presidente presentó su libro, la gente quería saber qué había sido de Aida Piedra; dónde estaba y a qué se dedicaba la mujer que dejó a Sampietro con una mano detrás y otra delante. Pues está mejor que nunca. Y soñando con volver algún día como primera dama de la ciudad.
 

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