PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura

Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

OPINIÓN - MARTES, 17 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

De primeras comuniones
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

A pesar de que el Catecismo de la Iglesia recomienda a la edad de siete años para tomar la Comunión por primera vez, es frecuente encontrar en las parroquias españolas catecúmenos de nueve, diez, once e incluso doce años. Lo que “a priori” tendría por qué generar un problema, supone, por un lado, que muchos chicos y chicas de su edad no llegan a acercarse nunca a la Iglesia; y, por otro, que quienes así lo hacen han pasado durante su infancia por una especie de “desierto espiritual”, pues sus padres rara vez acuden a la Eucaristía hasta ese momento. El sacerdote y escritor D. Pedro de la Herrán, asegura que el precepto dominical, que aconseja a los padres acudir a la Eucaristía desde que el niño tiene uso de razón, “está siendo sustituido por la praxis, cada vez más frecuente, de no pedir a los niños, ni a los padres, que se acerquen a la Iglesia hasta la Primera Comunión, es decir, hasta los nueve o diez años. Lo que, por otra parte, no parece muy adecuado para facilitar la adquisición del hábito de la misa dominical, tan expresamente solicitado por los Papas”.

Así, la pregunta que puede sugerir es, ¿cuándo es bueno que el niño se acerque a los Sacramentos? Con la excepción lógica del Bautismo, la Iglesia responde a esta cuestión remitiéndose al Decreto “Qua singulari” del Papa San Pío X, que apunta a la “edad de discreción”, es decir, los siete años. En 2005, el entonces Prefecto de la Congregación Vaticana para el Clero y la Catequesis, el Cardenal Darío Castrillón, dirigió una carta a los párrocos del mundo en la que recordaba varios puntos del “Quan singulari” que “la edad de la discreción, tanto para la Confesión como para la Sagrada Comunión es aquella en la cual el niño empieza a razonar; que para la Primera Confesión y la Primera Eucaristía “no es necesario el pleno y perfecto conocimiento de la Doctrina Cristiana”, pues esto se irá aprendiendo poco a poco; y que el precepto de que los niños confiesen y comulguen afecta a quienes deban tener cuidado de los mismos, esto es, a sus padres, maestros, confesor, párroco…

Ni por el traje, ni por el regalo, ni por la fiesta. Por más que muchos quieran convertir los Sacramentos de la iniciación cristiana en un simple convencionalismo social, una suerte de rito por el que todos los pequeños deben pasar antes o después, la importancia del Bautismo, la Eucaristía, el Perdón y la Confirmación es mucho mayor. Sin embargo, en los últimos años se observa una tendencia acentuada y preocupante: los padres adentran a sus hijos cada vez más tarde en los misterios de la Iglesia.

Su Santidad Benedicto XVI, ante cientos de niños que iban a recibir el Sacramento de la Eucaristía por primera vez, les explicaba sus recuerdos de su Primera Comunión: “Fue un domingo de marzo de 1936. Yo tenía nueve años… En el centro de mis recuerdos alegres está este pensamiento: Comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios estaba conmigo… Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida, y que era importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa Comunión”.

Pero, ¿qué coste económico supuso a los padres de S.S, la Primera Comunión de su hijo? Los obispos recuerdan que todo lo que gira en torno a ese Sacramento, es cien por cien gratuito. Es además, “hallar el centro de la vida, y garantiza <frutos de santidad>. Todo un seguro de vida… espiritual”.

En realidad, según la estimación que la Federación de Usuarios y Consumidores Independientes, el coste aproximado de una celebración familiar por la Primera Comunión, tiene un coste medio –tirando muy por debajo- de unos 3. 000 euros, incluyendo traje o vestido, fotos, video, banquete… Desde luego, muy lejos de lo que abonarían los padres del niño que recientemente la hizo, y que tuvimos la fortuna de ser invitados. Al margen de lo que se gastarían en el traje y demás elementos indispensables, para su inolvidable momento, la comida, celebrada en uno de los restaurantes de más prestigio de nuestra ciudad. Algo para no olvidar ¡Y por supuesto, que también el niño, para recibir la Comunión se encontraba en gracia de Dios y tendría la mejor preparación adecuada a su edad!

¿Y la mía? Guardo recuerdo muy triste. Muy lejos de cómo se hacen en la actualidad. Yo asistía a clase en una escuela privada, donde mis padres con muchas dificultades podían pagarla. Llegado el momento de recibir la Eucaristía por primera vez, yo ya tenía diez años. Mis padres no podían hacer frente a los gastos que, aunque, modestamente, se producían. Nuestra preparación se hacía en el propio Colegio y bastaba con saberse de memoria el Catecismo, especialmente las oraciones, que las aprendíamos cantándolas. Yo la hice con “uniforme reglamentario”, con un traje “biprestado”. Me explico: Yo tenía un primo que la había hecho unos días antes. No tuvo mi madre que arreglar nada y sólo me compró unas sandalias blancas, muy cómodas. El resto, no era mío. Pero lo más curioso fue que el traje tampoco era de mi primo, sino de un vecino que también había recibido la Eucaristía unos días antes. Por eso lo de “biprestado”.

Recibido el Sacramento, vino después para mí un auténtico suplicio. Mi madre me llevó a visitar a familiares y amigos. Ella recogía y guardaba en su bolso, las monedas que me regalaban. Los niños no llevábamos la “limosnera” que llevaban las niñas. Llegado, lo que yo creía el final, mi madre recordó que aún quedaban algunos compromisos, pero yo me negué, llegando a “chantajearla” a cambio de que me recompensara con chicle “Bazooka”, que me fue concedido.

Como no tuvimos tiempo de hacerme la foto, unos días después, me llevó mi madre al estudio fotográfico. Fue una tarde. Nos presentamos en casa de mi primo y allí me cambié. De regreso del estudio, de nuevo, en casa de mi primo, cambié de ropa y devolvimos a su dueño el traje que había servido para que tres niños hicieran la Primera Comunión.

Aunque con tristeza, supongo yo que también me sentiría muy feliz, junto a aquellos compañeros de clase, donde los habían que no llevaban el “uniforme diferenciador”.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto