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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 18 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Por el circo de Jaffar
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Sudoroso y satisfecho tras superar más de un obstáculo, desciendo por Tattiouine (localidad de sonoro nombre tamazigh emparentado con Tetuán) después de una emocionante travesía de unas cuantas decenas de kilómetros, no exentos de riesgo, a través del circo de Jaffar, tras recorrer un severo anfiteatro de piedra de bravía belleza salpicado de enebros, tuyas y cedros entre los que discurren limpios manantiales poblado, de vez en cuando, por alguna tienda de lana negra, cálido hogar de la población trashumante bereber que pastorea por los alrededores; tras unas rocas y en medio de un curso de agua del que aprovisionan los odres de sus borriquillos y mulas dos mujeres aun jóvenes, de limpia sonrisa, ojos claros y nervudos brazos morenos rodeadas de media docena de niños de diferente edad, confirman alegremente el camino obsequiando de paso al viajero con miel y una redonda torta de “agrum” (pan en tamazigh). Vigilante, desde lo alto señorea el paisaje la altiva cumbre del “yebel” Ayachi que, con sus 3.700 metros de altura, aun conserva por esta fecha alguna que otra lengua de nieve.

Antes de bajar hacia Midelt y en lo alto de un puerto de unos 2.250 metros de altura un alto físico en el camino para, en un breve pero intenso viaje introspectivo descender para encontrarse con el Yo profundo. Oteando el panorama e inhalando bocanadas de aire puro, va brotando lo obvio dejando en el sumidero la vanidad ridícula de la vida. Las piedras son piedras, los árboles, árboles y los pájaros, pájaros… Tan solo el hombre, escalando penosamente por esa pirámide de Babel que es este mundo en el que apenas logra entenderse, pretende ser otra cosa. Todos trillamos por los mismos pagos, dando círculos como en las eras de Castilla sin llegar jamás a ningún sitio. Buscamos inútilmente referencias entre el “deber ser” orteguiano y el “ser” unamuniano, sin reparar en que al fin y a la postre el único estereotipo que podemos y debemos ser, es lograr ser, ni más ni menos, ¡nada más que nosotros mismos!. Si Freud puede ayudar en parte a explicarnos la primera mitad de la vida, traspasado el Ecuador y entrando en la cincuentena Jung nos explica el derrotero antes de arribar al puerto… en el que echaremos un ancla eterna. Atravesando ese momento que divide la expansión de la primera mitad de la vida con la introversión que domina la segunda, asoma junto a la sombra del inconsciente Yo personal la sombra colectiva de la historia de la humanidad, en la que al lado de lo bueno y numinoso navega la maldad, lo oscuro, los mitos, arquetipos y símbolos con los que cada uno pugna por entenderse a sí mismo y a los demás. Es ahora, precisamente, cuando el Yo debe volver a sus raíces para, desde ellas, ganar fuerzas y encarar vitalmente la nueva etapa que acecha, callando.

Por el pedregoso camino alguien se acerca… De lejos, creía ver un animal. Se aproxima y me doy cuenta que es una persona. Se acerca más… ¡y descubro que es mi hermano!. Todos somos Uno y en el Uno somos Todo. De la nada venimos y a la nada volvemos. ¡Para qué tanto esfuerzo, qué sentido tiene el sufrimiento de la vida…! Aceptémonos tal y como somos perdonándonos a nosotros mismos, asumiendo y viviendo alegremente cada día como un instante más de regalo antes de enterrarnos en el polvo insondable.
 

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