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OPINIÓN - VIERNES, 20 DE JUNIO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Élisabeth Lafourcade, una “marabuta” francesa
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Tras un agradable paseo por el cuidado Ifrán, unos kilómetros más allá me acercan al “morabo” de Sidi Alí en el que, tras descalzarme y entrar, intercambio impresiones con su amable cuidador. Después de acercar posiciones por ambas partes, convenimos en el equilibrio que representa el “morabitismo” dentro del islam popular marroquí (sunní malikí), aprovechando por mi lado -ya es una inveterada costumbre- para enviar algunos dardos envenenados (los suficientes) hacia la corriente radical del “wahabismo hambalí”, apuntando solo el problema ideológico de su totalitarismo extremista pues tengo bien presente que el cercano complejo universitario de Ifrán fue levantado, en tiempos de Hassán II, con la ayuda de los sátrapas saudíes y que éste país siempre ha apoyado política y financieramente a Marruecos. No conviene “pasarse”.

Salen a relucir costumbres comunes, el mismo Alláh/Dios para unos y otros, los “mussem” en Marruecos y las ermitas y romerías de tan rancia tradición en España… La región guarda una fuerte impronta francesa, bien perceptible en la cercana Azrou, citando por mi lado la profunda huella dejada en Marruecos por Élisabeth Lafourcade (1903-1958), mujer de heroica vida generosamente entregada durante veintiséis años a los más necesitados. Con una sólida formación en medicina y cirugía, una joven doctora Lafourcade (hija de un militar colonial) se afinca en Túnez, pasa luego una temporada en Argelia y acaba recalando en Marruecos: primero en Mekinés, más tarde en Fez y finalmente en el Tafilet. Como escribió hace dos años el monje cisterciense Jean-Pierre Flachaire, “Élisabeth se hace marroquí con los marroquíes, bereber con los bereberes” para fallecer finalmente de cáncer, a pie de obra y haciendo gala de su acendrado catolicismo, el 7 de enero de 1958. A su entierro en Marruecos, acudió silenciosa una impresionante marea humana. Muchos de los presentes, para los que la doctora francesa era una “santa”, una “marabuta”, llegaron a hacer un viaje de hasta doscientos kilómetros a pie, para honrarla agradecidos en sus exequias. El guardián de Sidi Alí escuchó, atento y respetuosamente, esta pequeña y gran historia que desconocía, acercándome por el contrario la figura de una monja franciscana “nómada con los nómadas”, la hermana Cécile Provoust (1921-1983) de la que tenía referencia por ser una figura aun recordada en el mundo bereber. De sus andanzas escribiré otro día.

Bien llevada, la vida es un lujo. Reviso las líneas de esta mañana después de haber degustado una excelente carne a un precio de carallo -65 dirham el kilo de “boeuf”- bajando por El Hajeb, tomando un té con menta acariciado por la suave brisa bajo unos plataneros en un agradable lugar a la altura del cruce con Khenifra, en ruta hacia Meknés, después de pasar por hectáreas de cuidados viñedos. Marruecos ofrece, generosamente, pequeños “oasis” como éste para deleite del cuerpo y el alma. Respeta las costumbres, sé atento con las instituciones y, amigo lector, ten bien por seguro que nadie se meterá contigo. Vive y deja vivir aparcando tus prejuicios porque además, con ellos en la “chepa”, acabarás perdiendo. Sé tu mismo sin estridencias y guarda, sin fatuos alardes, las formas. Marruecos, cortés y hospitalario, te acogerá sin preguntas.
 

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