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OPINIÓN - SÁBADO, 5 DE JULIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La carta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Por medio del correo electrónico recibo una carta que copio para ustedes, íntegramente.

“Señor De la Torre: Vengo observando, como lector diario de su columna, desde hace años, que de un tiempo a esta parte, se le nota muchísimo que cuando escribe sobre el presidente de la Ciudad lo hace ya poco convencido de lo que dice. Es la conclusión a la que he llegado, tras leer una y otra vez cuanto de él ha venido refiriendo recientemente.

Pienso, a lo mejor de forma equivocada, que le va pudiendo ya el cansancio de tener que estar siempre atento a contarnos las excelencias de un hombre con el cual, según dicen, mantuvo relaciones que siempre terminaron de mala manera. Motivo más que suficiente para que nadie, cuando usted ha creído conveniente ensalzar a Vivas, se tomara la libertad de echarle en cara su obstinada defensa de las actuaciones de éste.

Me consta, pues de lo contrario sería injusto con usted, que tampoco le ha temblado el pulso cuando ha creído conveniente recordarle al presidente que sus éxitos de crítica y público no le concedían el privilegio de levitar aunque fuera a pocos centímetros de cualquier suelo.

Insisto: cualquier lector suyo, y por poco avezado que estuviere en analizar situaciones, se habrá dado perfecta cuenta, como es mi caso, de cómo es usted cada vez más renuente a enjuiciar al presidente con la frescura y el vigor que lo había venido haciendo hasta no ha mucho.

Es, créame que así lo entiendo, como si se hubiera apoderado de su persona cierto hastío por creer que Vivas pasa por un trance de apatía y está dejando hacer lo que les venga en ganas a unos y a otros. Lo cual, por otra parte, no es nada extraño que le suceda a quien como él lleva ya más de siete años rigiendo los destinos de una ciudad compleja.

No obstante, convendría que alguien le recordara al presidente de la Ciudad, en momentos así, que está en ese cargo porque así lo han querido mayoritariamente los ceutíes. Y que al igual que le está prohibido levantar los pies del suelo, o sea, creerse ni siquiera por un instante, que es el no va más de la política, tampoco se puede permitir el lujo de ser indolente y dejar que los miembros de su equipo de Gobierno sean tachados de hacer todos y cada uno la guerra por su cuenta.

Por todo ello, y sabiendo lo que sé, creo que en esta ciudad se sigue necesitando que alguien le recuerde todos los días al presidente que no es bueno presumir de nada ni tomarse la libertad de sentirse cansado ni, mucho menos, dejarse insultar todos los días por un tipo con cabeza de liebre. Porque, a fin de cuentas, quien calla otorga. Y otorgar, como bien sabe usted, es bajarse los pantalones. Y quien se baja los pantalones, una vez, se los terminará bajando siempre. Y acabará de por vida luciéndose en paños menores...

De modo, señor De la Torre, que, amén de pedirle perdón por mi atrevimiento, le ruego que procure usted, con su tan reconocida vitalidad, seguir insuflándole ánimos al presidente.

Le saluda atentamente, RM”.

El presidente, estimado RM, es poco amigo de oír a los demás. Y, por tanto, conviene respetar su manera de ser.
 

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