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OPINIÓN - SÁBADO, 19 DE JULIO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

El Premio Convivencia
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando yo era niño, hace ya un chaparrón de años, bañarse antes de la salida de la Virgen del Carmen en procesión era pecado. Claro que en aquel tiempo, menos morirse de hambre los niños, mientras los ricos del régimen daban fiestas opulentas frente por frente a las casas donde el raquitismo sentaba sus reales entre la chiquillería, todo era pecado.

En aquellos terribles años de posguerra, en que todo era de un gris tirando a ala de mosca tísica, eran los niños quienes sufrían las peores consecuencias de una vida hecha a la medida para despertar conciencias de quienes despilfarraban en lujos y hacían ostentaciones victoriosas de nuevos ricos. Pero éstos, salvo casos excepcionales, apenas se inmutaban ante los menores que iban desfalleciendo al compás de risotadas y borracheras atiborradas de imbecilidad.

Es lo que se me viene a la memoria cuando le oigo decir a Daniel Barenboim que “tenemos que despertar la conciencia del mundo al sufrimiento y la matanza de niños” (en realidad, el sufrimiento de los niños forma parte de un juego canallesco en el que nunca dejarán de ser los perdedores), durante el acto en que le fue entregado el Premio Convivencia.

Acto que pude ver por medio de Radio Televisión Ceuta, a partir de que ya hubiera hablado Mabel Deu, como presidenta de la Fundación del reseñado premio. De modo que me quedé sin poder oír las palabras de una mujer que llena el escenario que pisa y cuya sonrisa terminará por ser, si no lo es ya, la sonrisa de un Gobierno que viene cuidando mucho las relaciones con personajes que tienen tirón mundial por lo que son y por cómo lo representan.

En la sonrisa de la señora Deu creo yo atisbar un punto de amargura controlada que se suele acrecentar, sin que por ello pierda su encanto, cada vez que la palabra niño sale a relucir para pedir que se les procure protección a cuantos son maltratados en cualesquiera sentido. De ahí que a MD se le viera contenta compartiendo el momento dedicado a una celebridad de la música y a un hombre que, aprovechando su fama, se ha entregado a una causa justa y noble: la busca de la paz entre pueblos enfrentados y, sobre todo, salvaguardar la existencia de los menores.

Tarea compleja la emprendida por Barenboim, sin duda. Pero que debe ser premiada, cuantas veces sean necesarias, a medida que este argentino de nacimiento, con pasaporte de Israel, de Palestina y de España, consiga con su proselitismo ir ganando adeptos poderosos para su causa. Porque sin la mediación de los poderosos, ya me contarán ustedes cómo será posible que los niños no sigan muriendo de hambre y siendo víctimas de la belicosidad de los pueblos que se odian. Por más que ya no sea pecado bañarse antes de la salida en procesión de la Virgen del Carmen.

Me gustó el discurso del premiado. Discurso más que aprendido y que le quedó superior usándolo por la vía de la improvisación. Y de todo lo dicho por el gran pianista y consagrado director de orquesta, Barenboim, me agradó que supiera explicar perfectamente que tolerar y convivir son dos palabras tan distantes como para que la primera deba ser despojada de todo su valor cuando se trate de resaltar las relaciones entre comunidades distintas. Desentonó el barroquismo del Salón del Trono, una vez más.
 

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