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OPINIÓN - DOMINGO, 20 DE JULIO DE 2008

 
COLABORACIÓN / CEUTA, MELILLA Y MARRUECOS

Una aduana comercial para Ceuta

Por Ignacio Cembreros


Tribuna publicada por el periodista Ignacio Cembrero, el 15 de julio, en el diario marroquí “Al Jarida al Oula”. El artículo, reproducido después por otros medios marroquíes, se presenta como una carta abierta al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que el autor aboga por sanear la relación entre Ceuta y Melilla y el norte del reino alauí. Para lograrlo es indispensable que Ceuta disponga de una aduana comercial con su vecino a través de la cual pueda exportar legalmente. Melilla sí cuenta con una aduana comercial con Marruecos.

Me dirijo respetuosamente a Su Majestad para abordar un asunto que sus huéspedes españoles en Oujda probablemente no se atrevieron a evocar la semana pasada pese a que les preocupe: Ceuta necesita una frontera comercial con Marruecos a través de la cual pueda exportar legalmente. Se juega en ello su supervivencia. La culminación del desarme arancelario de Marruecos, en 2012, corre el riesgo de asestarle un duro golpe. Concederle esa frontera no significa, en absoluto, ceder en lo concerniente a su reivindicación territorial. Prueba de ello: Melilla posee una frontera comercial, porque así lo quiso Marruecos en 1956, y el volumen de los intercambios legales entre nuestros dos países, a través de Beni Enzar, se incrementa cada año aunque aún es minoritario con relación al contrabando.

Las fronteras de Ceuta y Melilla son una vergüenza para nuestros dos países. Con su lote de empujones, que acaban a veces provocando heridos, el trato despectivo y las decisiones arbitrarias de aduaneros y policías de ambos lados, las corruptelas etcétera, son una experencia humillante para muchas de las decenas de miles de personas –en un 90% marroquíes- que las cruzan diariamente. En total ambas ciudades registran 34 millones de salidas y entradas anuales.

Este penoso recorrido que efectúan y padecen a diario los porteadores, muchos de ellos mujeres, que atraviesan las fronteras de Beni Enzar o del Tarajal, no es más que el reflejo de la malsana relación que ambas ciudades mantienen con el norte de Marruecos. Por ahora a todo el mundo le sale a cuenta aunque no sea muy razonable. La economía de Ceuta y Melilla se basa, en cierta medida, sobre el contrabando con Marruecos cuyo monto anual alcanza los mil millones de euros, según las estimaciones españolas, algo más, según los cálculos marroquíes.

Este tráfico de mercancías proporciona, según la Cámara de Comercio Americana de Casablanca, 45.000 empleos directos en Marruecos y hasta unos 400.000 indirectos, pero se trata de “empleos basura”. Estas transacciones irregulares generan además otros muchos inconvenientes. Desalientan, por ejemplo, la inversión privada en el norte del reino. Lo asevera también la Cámara de Comercio Americana y lo corrobora incluso un informe encargado hace unos años por el Ministerio de Agricultura español. A la plaga que supone el contrabando se podrían añadir otras cuantas como las cuentas corrientes abiertas por marroquíes no residentes en ambas ciudades, especialmente en Melilla, con frecuencia abastecidas con dineros malolientes.

Todos no es, sin embargo, negativo en la relación entre Ceuta y Melilla y su entorno. Miles de mujeres marroquíes no residentes dan a luz anualmente en sus maternidades y sus urgencias hospitalarias están atestadas de marroquíes. Tánger y Nador estarían desbordadas si una parte de los marroquíes residentes en el extranjero no pudiesen desembarcar, en periodo estival, en los puertos de las dos ciudades españolas. Jóvenes marroquíes estudian en Ceuta y, sobre todo, en la Escuela Hispano-Marroquí de Negocios de Melilla sin tener que abandonar sus hogares en Tetuán o Nador.

Hay que aprovechar esta excelente relación, sin precedentes desde la independencia de su país en 1956, que prevalece hoy en día entre Marruecos y España para sanear de una vez los lazos entre Ceuta y Melilla y la región que les rodea. Deben desempeñar un papel similar al del Hong Kong británico en el desarrollo de su “hinterland” chino. Deben estar al servicio de Marrruecos, pero sin que intereses sean descuidados. Ni la aspiración de Su Majestad a la “integridad territorial” ni la persistencia de España en reafirmar su soberanía sobre ambas ciudades deben ser un obstáculo en la senda de la colaboración.

¿Por qué no construir, por ejemplo, un aeropuerto en común entre Ceuta, que carece de espacio para hacerlo, y Tetuán, que ya posee uno, pero es minúsculo? ¿Por qué no hacer otro tanto entre Melilla, donde para aterrizar es necesario penetrar en el espacio aéreo marroquí, y Nador, y facilitar así el acceso de los turistas españoles al complejo hotelero de Saidia? Las dos ciudades ya compartieron un aeropuerto, hasta 1969, gestionado de manera similar al de Gibraltar que utilizan los habitantes de colonia británica y de la ciudad española de Algeciras. ¿Por qué no prolongar hasta Melilla el tren que llegará en breve a Nador? Después de todo, un tren, de alta velocidad, acabará enlazando algún día, bajo el Estrecho, a Tánger con la provincia española de Cádiz. ¡Hay tantas cosas por hacer en común! Y para llevarlas a cabo se podrá incluso contar con las ayudas a la Nueva Política de Vecindad puestas a disposición por la Unión Europea.

Pero para lograr esta depuración de la relación, que antes mencionaba, es indispensable corregir la anomalía que supone dos territorios colindantes, Ceuta, por un lado, y Tetuán-Tánger, por otro, entre los que el comercio legal está prohibido.

Si Marruecos reclama, con razón, la apertura de la frontera argelina con tanto más motivo debería abrir plenamente la que le separa de un país amigo como España. Es necesario que Ceuta obtenga una frontera comercial para que no vierta sobre el norte de Marruecos mercancías de pacotilla o de imitación y exporte, en cambio, servicios turísticos, médicos etcétera en los que España tiene experiencia. Marruecos le vendería a su vez, como lo hace con Melilla, pescado o materiales de construcción a precios competitivos. Esa aduana ceutí es un paso necesario para que España se comprometa aún más en el desarrollo de ese norte del reino en el que el Trono está tan empeñado.
 

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