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OPINIÓN - VIERNES, 1 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

I. Rasgos de la historia marroquí
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

De todo el Maghreb, el Reino de Marruecos es uno de los cinco estados con mayor base histórica y una articulación política más definida, aspectos que a priori le confieren mayor solidez y más dosis de estabilidad social que al resto de este conjunto de países: Argelia, Túnez, Libia y Mauritania. Por lo demás y a diferencia de estos últimos (en Mauritania la razón fue geográfica), Marruecos nunca estuvo sometido a su hermano en religión, el poderoso y expansionista Imperio Otomano. Tres son a grandes rasgos los pilares sociohistóricos (“Driving forces” dirían los anglófonos) que vertebraron el “Ser” de Marruecos: la ocupación romana primero y la árabo-islámica después, seguida finalmente del colonialismo hispano-francés amparado en la legislación internacional al uso por la Conferencia de Algeciras (1906), auténtico artífice éste último como veremos en su momento del actual Estado marroquí surgido tras la Independencia (1956) sobre las huellas de Mulay Ismail: “Allah, Al Watan, Al Malik” (Dios, Patria y Rey).

Por lo demás, las relaciones con España han sido agitadas y profundas pudiendo hablar sin ruborizarnos de una auténtica “historia compartida”, aunque no común como suele decirse en ciertos discursos, pese a lo cual ambos países vecinos siguen manteniendo un desconocimiento mutuo, lastrado por si fuera poco por la mitología fundacional tan querida en una y otra orilla. Auténtico dislate cuando por nuestra “obligada” vecindad -podremos cambiar muchas cosas, pero nunca la geografía- estamos no solo “obligados a entendernos”, sino que es imposible explicar la historia de los dos países sin tener como referente al “otro”. En el “tempun” histórico dos han sido los momentos en que ambos países, o al menos parte de ellos, conformaron una misma unidad política: durante la Antigüedad y bajo dominio romano (tras el 42 antes de la E.C.) el Norte de África se dividió en dos provincias, una de ellas relacionada administrativamente bajo Diocleciano con la Hispania peninsular: la Mauritania Tingitana, con capital en Tingis (Tánger). Y durante la Edad Media, en la que por el contrario fue la dinámica africana la que se proyectó en gran parte de la Península (Al-Andalus) durante los imperios Almorávide (1055-1144) y Almohade (1130-1269), aunque el litoral norte del actual Marruecos fue administrado desde Córdoba bajo los Omeyas y, más tarde, por los Reinos de Taifas y la dinastía Nazarí. Por no hablar de la fundación de Tetuán por el caballero granadino Al Mandari, la acogida de la población andalusí (musulmana y judía) tras 1492, el flujo morisco (ahí queda la República corsaria de Salé) hasta el siglo XVIII, la breve ocupación de Tetuán en 1860 y luego, durante la primera mitad del siglo XX, los cruciales e intensos años del Protectorado, decisivos por diferentes motivos para el devenir de ambos países.

Bien mirado, a la mitad de la población marroquí poco le costaría parecer española y, viceversa, una gran parte de los españoles vestidos con chilaba bien pudieran pasar por marroquíes. La genética no engaña y un común substrato ibero-bereber (alentado después sucesivamente por los hombres de Tariq, los almorávides y los almohades) fluye por nuestras venas hispanas, devuelto en parte a Marruecos tras 1492 con la diáspora mora y hebrea.
 

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