Hace unos 2500 años, los
historiadores apuntan la posibilidad de una migración
procedente de Etiopía hacia el actual Marruecos: sedentarios
en el Norte; jinetes y cazadores en el Sur. Capitulo aparte
merece el asentamiento de la población de origen hebreo, que
propició la eclosión de numerosas tribus bereberes judías
hasta el mismo Sáhara como ya señaló Martín Gilbert en 1979.
Durante el Bajo Imperio romano podemos rastrear, vía el
Estrecho de Gibraltar pasando por Ceuta y Tánger hasta
Túnez, pequeños contingentes de población germánica, los
vándalos, en busca de botín y tierras donde instalarse: en
el 429 Genserico cruza las aguas con unos 80.000 hombres,
mujeres y niños para, tras recorrer el Rif (¿también el
corredor de Taza?) y la Kabylia, asentarse en la antigua
Cartago hasta el 533, del que sus descendientes son
expulsados por el Imperio Bizantino. Quizás esta migración
pueda explicar, en parte, la abundante presencia de
individuos con tez blanca, ojos claros y pelo rubio entre
las poblaciones cabileñas del Maghreb: Rif en Marruecos y
Gran Kabylia en Argel. Por su parte, la orgullosa población
árabe, alcanzó Marruecos en tres oleadas: la conquistadora
entre los siglo VII y VIII, a lo largo de 8 duras y cruentas
campañas desde el 649 al 715; los refuerzos de los Beni
Hillal (la incendiaria invasión hilalí tan bien descrita por
Ibn Khaldún), venidos de la misma Arabia en el siglo XI; por
último los remanentes de los Beni Maquil, durante los siglos
XIII y XIV. Todos ellos dieron nombre a numerosas tribus y
dinastías: Beni Malek, Beni Amir, Oudaias, Beni Moussa,
Sefiane, Cherarda o Rehamna, entre otras. Está por evaluar
su aportación demográfica.
Al sur del Trópico de Cáncer, el Sáhara estaba habitado por
población de origen negroide. La reorganización del ejército
emprendida por el sultán Alauí Mulay Ismail (1672-1727)
incorpora contingentes negros o “abids” con los que equipa
una guardia pretoriana, la famosa “Guardia Negra” integrada
por unos diez mil efectivos (5º del total), concentrada
mayoritariamente en la imperial ciudad de Mekinés y que tras
su deceso, en curioso paralelismo con la ruina del Califato
Omeya de Córdoba, se dedica al pillaje sumiendo al país en
el caos y la guerra civil. Durante toda la Edad Media y
particularmente durante los siglos XV, XVI y XVII, Marruecos
fue fecundado por importantes masas de población hispana
procedentes de Al-Andalus; la “diáspora andalusí” (hebrea y
musulmana) se acelera tras la toma de Granada y la
desastrosa expulsión de los judíos en 1492, finalizando con
la emigración morisca tras las persecuciones de los siglos
XVI y XVII, con el Imperio Otomano al acecho. Los primeros
contingentes de “granadinos” fundan Xauen y Tetuán (Al
Mandari). Entre 1609 y 1611 los moriscos expulsados de
España por Felipe III se instalan en Salé El Nuevo (actual
medina de Rabat), activando desde 1627 el corso
trasladándose a Salé; residual en el siglo XVIII, la
“República de las Dos Orillas” es debelada en 1818 bajo el
reinado del sultán alauí Mulay Sliman (1792-1822). Según la
tradición, las murallas que atraviesan el centro de la
moderna Rabat fueron construidas por moros hispanomusulmanes
expulsados de Hornachos (Extremadura), durante el proceso de
la Reconquista.
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