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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 6 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

6. Fenicios, griegos y cartagineses (I)
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Desde el s. X al II, oleadas de pobladores de raza blanca procedentes del Asia Central desarrollan la “Cultura Capsiense”, cubriendo el área norteafricana así como el sur y levante de la Península Ibérica, que podríamos definir pues como “Ibero-bereber” reservando el nombre de “Gétulos”, siguiendo fuentes romanas, a los bereberes nómadas de las áreas desérticas. Es un periodo oscuro y muy entrelazado datado siempre antes de la Era Común y cuya descripción supera, ampliamente, el espacio del actual Marruecos. Comencemos por referirnos a los “mauros” de los que deriva el término “moros”, término de honda raigambre histórica acuñado en época romana para los habitantes de las dos provincias mauritanas; las primeras oleadas árabes designarían a los mauros no romanizados como bereberes, reservando el nombre de “rumis” para los romanos o mauros romanizados. Coetáneo entre los siglos VII a V en el área del estrecho de Gibraltar, sería el mítico reino peninsular de Tartesos, de notable cultura, sede de un gran emporio comercial alimentado por las fértiles vegas del Bajo Guadalquivir y la riqueza minera de Sierra Morena y Ríotinto.

Con la colonización fenicia del litoral (1100 al 146) aparece en Marruecos la Edad del Bronce, remontándose su presencia en torno al año 1000. En el Atlántico establecieron su base en las lomas situadas al norte del Lucus (Larache), donde según Plinio El Viejo habrían levantado un templo dedicado al dios Merkart, deidad de Tiro que los romanos identificaron con Hércules y cuyo recuerdo quedaría simbolizado a ambos lados del estrecho de Gibraltar. Este es el mítico lugar en el que los griegos situaron el Jardín de las Hespérides, en el que crecía el árbol de las manzanas de oro guardado por un león de cien cabezas; uno de los trabajos de Hércules fue vencer al gigante Anteo y recoger las áureas manzanas del jardín, lo que le abrió las puertas del Olimpo. El lugar, ocupado a partir del siglo VII por Cartago, fue conocido por el nombre de Makom Shemesh (Ciudad del Sol), según atestiguan inscripciones de monedas púnicas, adorándose entonces a divinidades cartaginesas como Baal-Hammon y Tania (Astarté), no descartándose la existencia de sacrificios humanos, niños incluidos.

Cartago, colonia fenicia fundada en el 814, heredó a la caída de Tiro la red de ciudades y asentamientos extendidos por las dos orillas del Mediterráneo Occidental, pagando un tributo hasta el s. V a un tal Hiarbas, rey de la tribu vecina de los Maxitani; capital más tarde de un imperio talasocrático, controlaba los enclaves de Útica, Hadrumetum (Susa), Hippo y Diarritus (Bizerta) en Túnez; Hippo Regius (Bona o Annaba), Saldae (Bugía) e Iol (Cherchell), en Argelia y ya en la costa del actual Marruecos, Rusadir (Melilla), Tamuda (Tetuán), Tingis (Tánger), Chellah (Rabat), Anfa (Casablanca), Essauira (Mogador) y otros. Fuentes documentales griegas hablan de un periplo africano hacia mediados del siglo VI, costeando el continente (hay pruebas hasta el golfo de Guinea y referencias en la obra de Homero), de cincuenta naves bajo el mando del almirante Hannon, quien describe la colonia de Makom Shemesh (Larache) citando la existencia de elefantes y otros animales salvajes en la desembocadura misma del Lucus.
 

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