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OPINIÓN - SÁBADO, 9 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

9. Conquista y romanización (II)


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

A finales del siglo III se procede a una reorganización militar de la Tingitana, detectándose una retirada de efectivos militares con una posible evacuación de la zona más meridional (Thamusida se despuebla hacia el 280), para en la época de Diocleciano (284-305) concentrarse los efectivos militares en el trapecio norte, por encima de la línea del Lucus y en la región de Tingis (Tánger), cuyo objetivo no sería otro que el de mantener la seguridad en el Estrecho y servir de “defensa adelantada” del sur de Hispania, con la que se mantenía un fructífero contacto a través de la pacífica y civilizada Bética (Extremadura y Andalucía en la actualidad).

La crisis que se incuba en esta época parece más de carácter económico, lo que influye sobre las inversiones en defensa (de hecho parece que Lixus nunca tuvo guarnición militar), si bien autores como Carcopino apuntaron, sin mayores pruebas, la presión ofensiva de los pueblos “mauri” (bereberes autóctonos) como factor determinante de este repliegue. Parece más plausible una labor diplomática en la que Roma también era ducha, pues en general los núcleos de población romanizada sirvieron de fermento cultural en un contorno marcadamente berberizado y tribal sin problemas aparentes. También como advertimos hubo reajustes administrativos: en el 257 Diocleciano decidió incorporar la Mauritania Tingitana a la Diócesis de la Hispania peninsular, con lo que ésta quedó dividida en seis provincias, marcando una constante en el tiempo histórico: salvo en la Edad Media, con los Almorávides y Almohades durante unos 160 años, el norte de Marruecos siempre estuvo vinculado a algún tipo de poder político (romano, musulmán o cristiano) basado en la Península Ibérica, allende el Estrecho de Gibraltar. En total Roma estuvo presente en la Mauritania Tingitana (actual Marruecos) a lo largo de cinco siglos, no debiendo subestimarse la importancia estratégica de la misma. En el siglo I, el Norte de África en su conjunto abastecía a Roma del 60% de cereales, aceite y fieras para los espectáculos circenses, mientras en su tierra veían la luz emperadores de la valía de Septimio Severo (193-211).

Durante el Bajo Imperio (finales del siglo III y el IV) comienza a vivirse en el Imperio un declive irreversible confluyendo tanto factores internos como externos, que sacude también a las provincias africanas. La crisis del sistema esclavista da paso al régimen de colonato; la sociedad se ruraliza, cae la tasa demográfica y, aunque aumentan los gastos en defensa, no se logra corregir el debilitamiento militar. A la vez, pueblos más jóvenes y con mayor dinamismo demográfico presionan el “limes”. Tras el “Edicto de Milán” (Constantino, 313), el Cristianismo se oficializa y en el 394 se divide el Imperio: Honorio, desde la nueva capital Rávena, se alza como emperador de Occidente (con jurisdicción sobre el norte de África), mientras que con Arcadio nace en Constantinopla el Imperio Romano de Oriente, el futuro Bizancio. Las provincias africanas se desgarran (otra constante que precede al jariyismo islámico) en herejías cristianas (arrianismo y donatismo), generando inestabilidad social y política favoreciendo la implantación, en el actual Túnez, del Reino Vándalo
 

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