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OPINIÓN - DOMINGO, 10 DE AGOSTO DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

9. La crisis del Bajo Imperio. Los Vándalos sobre África
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Como vimos ayer el Cristianismo, que ya en el siglo II había sufrido las crisis de la Gnosis, de Marción y de Montano, contaminado desde entonces por el poder se desgarra en cismas: en el 311 y partiendo de Cartago, el obispo Donato crea en tierras africanas una doctrina cismática, rigorista y puritana, según la cual solo eran válidos los sacramentos administrados por un justo, rechazando a los pecadores y rebautizando a los suyos, que se extiende durante siglo y medio. Esta base ideológica alimentó en la Edad Media la doctrina cátara en Francia y, probablemente, inspiró más tarde en el Maghreb al jariyismo insurgente, la tercera corriente del Islam. Hacia finales del s. IV el donatismo había calado en el 50% de los cristianos de África del Norte, en los que también prendió la herejía Arriana (condenada en el 325 en el Concilio de Nicea), que negaba (como después el Islam) los atributos divinos de Jesucristo (“ni Dios, ni Hijo de Dios”) y que se extendió, también, en algunos pueblos bárbaros como los visigodos y los vándalos, establecidos tras su conquista en Hispania y África del Norte. ¿Prepararon el terreno estos movimientos cismáticos para la posterior expansión del Islam?. Yo creo que sí. En cualquier caso, el Imperio Romano de Occidente perdura hasta el 476, desangrándose acosado en el “limes” por la desbordante presión migratoria de pueblos jóvenes, sobre los que inciden una combinación de factores causales: cambios climáticos desfavorables, incremento demográfico y una organización socioideológica que favorece el afán de conquista.

La decadente Roma reacciona con medidas políticas apaciguadoras (¿“Diálogo de Culturas”?) que intentan aliviar la presión en sus fronteras, dejándolos primero instalarse en las mismas como “federados” (aliados) para, en el siglo V, permitir su asentamiento en suelo romano. Pero éstos, insuflados por su talante conquistador y ante la comprobada debilidad del Imperio asumen primero el control del mismo y, después de ajustes territoriales y políticos, se desmiembran en Reinos. Tal fue el caso de los visigodos en Hispania y de los vándalos en el norte de África; éstos, empujados por los godos acaban uniéndose a suevos y alanos cruzando en el 406 la frontera Renana (que Estilicón había desguarnecido de legiones para cortar el paso a los visigodos de Alarico), atravesando la Galia y llegando a Hispania hacia el 409, desbordándose por la Península en los dos años siguientes; dada la anarquía general, devastan la Bética, arruinan “villae” y explotaciones agrícolas saqueando, incluso, ciudades amuralladas como Cartagena y Sevilla. De Hispania son expulsados por fuerzas combinadas hispanoromanas y visigodas, saltando entonces el Estrecho “atraídos por el trigo y el aceite de África del Norte” (A. Georger).

Aunque pueblo de tierra adentro, liderados por Genserico la escuadra vándala controla las aguas entre las Baleares y el Estrecho, sometiendo a un cerco naval a la Mauritania Tingitana que es aislada y razziada: Alcasarseguer es abandonada y Tánger destruida, mientras que Ceuta se respeta para reconvertirla en base militar y fondeadero para la flota desde donde, como veremos mañana, los vándalos (en un movimiento estratégico a la inversa del 711) se apoyan para atravesar el Estrecho y penetrar en África.
 

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