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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 13 DE AGOSTO DE 2008

 
OPINIÓN / Breve Historia de Marruecos

12. Bizantinos, visigodos y bereberes

Por J.L. Navazo


Bizancio logra por un tiempo volver al espacio estratégico del “Mare Nostrum”, aunque la toma temporal de Ceuta (Septom para los bizantinos) no dejó de ser un intento más en la “fallida reintegración mediterránea” según feliz expresión de García de Cortazar, muy precaria, puesto que en el Maghreb una desgastadora guerra de guerrillas, consustancial al irredento espíritu bereber, obligaba al ejército imperial a mantenerse atrincherado en sus plazas fuertes. A lo largo de los siglos que vienen el Mediterráneo se fracciona políticamente: a) Desde Constantinopla, Bizancio sostiene su área de influencia, cada vez más amenazada: en 535 ocupa el litoral norteafricano, bate a los ostrogodos en Italia (553) y pacta un año más tarde (554) con una fracción visigoda del sur de España… como en el 711 hará Tarik al frente de sus bereberes islamizados; b) Un pueblo de estirpe germánica, los visigodos (antiguos federados a Roma), desgajan la península Ibérica del control imperial formando el Reino Visigodo de España, hasta sucumbir más tarde a la conquista musulmana; c) En el profundo Oriente y desde el corazón de los desiertos arábigos, nace en las postrimerías del siglo VII de la mano de un iluminado Profeta un pujante imperio que aúna, como pocos, política y religión, lanzándose a la conquista del mundo empuñando firmemente en sus manos un libro sagrado (El Corán) y la espada.

En este apasionante vuelco histórico (del que actualmente estamos viviendo una segunda fase) el Estrecho de Gibraltar ocupa una posición hegemónica y central. Me atrevería a escribir que el punto gravitatorio de la historia, compartida y entrelazada, entre España y Marruecos no ha estado nunca en sus centros políticos (Toledo/Madrid versus Marrakech/Mekinés/Rabat) sino en el Estrecho, vertiente y “puente” donde siempre han confluido (ahora mismo vuelven a hacerlo, después de un paréntesis de hegemonía hispana) las agitadas aguas de su común devenir histórico.

En el 552 y tras la rebelión de la católica Bética, Justiniano acude en su auxilio quedando la Península escindida en tres soberanías: sueva en el cuadrante noroeste, bizantina al sur y levante y visigoda en el resto. Los bizantinos son expulsados definitivamente hacia el 620. En la otra orilla, la flota visigoda corta las comunicaciones marítimas bizantinas, estableciendo guarniciones en enclaves como Ceuta y Rusadir (Melilla, Sisebuto fortifica en el 614 el puerto), además de Targa (junto a Oued Laou) y el Peñón de Vélez de la Gomera. En este convulso periodo Ceuta cambia varias veces de mano, acabando en manos del Reino visigodo de Toledo hasta ser sometida por los bereberes islamizados (árabes había pocos) tras la debacle del 711. Algunos autores sostienen la existencia en Ceuta de una guarnición mixta visigodo-vándala, mientras que Isidoro de Sevilla ve la anexión visigoda de Ceuta y de Tánger como una “reconquista” (Septem Fratres y Tingis). En todo caso y con gran visión estratégica pese a su debilidad política interna (“Primum inter pares”: monarquía electa y no hereditaria), los visigodos articulan en el Estrecho un “limes” defensivo hasta que éste, por un combinado de circunstancias exógenas y endógenas, salta por los aires tras la invasión árabo-bereber bajo la bandera del Islam.
 

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