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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE AGOSTO DE 2008

 
OPINIÓN / ANAÁLISIS

Sahel, el Afganistán africano de Al Qaeda

Por David Alvarado*


La inquietud con la que los expertos en terrorismo internacional contemplan al Sahel contrasta sobremanera con la indiferencia de la opinión pública mundial al encuentro de la región donde Al Qaeda más ha crecido durante los últimos años. Esta peligrosidad ha sido – y es – puesta de manifiesto en sucesivos informes de inteligencia de diferentes estados. Desde el Foreign Office inglés hasta el Pentágono norteamericano pasando por el Quai d’Orsay galo, sólo por citar algunos ejemplos, todos coinciden en señalar que, hostigados en contextos como Afganistán o Irak, las huestes de Ben Laden han encontrado aquí, una tierra de nadie atravesada por el desierto del Sahara y a caballo entre seis estados, un refugio privilegiado.

Es aquí precisamente, lejos del control estatal y de las fuerzas militares internacionales, donde los violentos preparan sus acciones terroristas. De este modo, es en este no man’s land donde Al Qaida en el Magreb Islámico ha establecido su retaguardia, sus cuarteles generales y centros de operaciones, además de sus campos de entrenamiento para mouyahidines (combatientes) magrebíes. Es en el Sahel donde se planean buena parte de los ataques a cometer en los países de la zona, magrebíes principalmente pero también en la “infiel” y “cruzada” Europa. Por lo que respecta a la “mano de obra”, los potenciales terroristas acuden de sitios tan distintos y dispares como los barrios de chabolas de los suburbios de ciudades como Casablanca, Tetuán, Argel o Túnez, o las zonas áridas y desiertas más desfavorecidas del este mauritano o del gran sur libio y argelino.

El secuestro, el pasado mes de marzo, de dos turistas austríacos en el sur de Túnez a manos de terroristas próximos a Al Qaeda y la facilidad con la que, en el plazo de pocos días, fueron conducidos los reos hasta la región de Tombuctú, al oeste de Mali, no lejos de Mauritana y a varios miles de kilómetros de donde fueron raptados, corroboraron todos los temores. Este hecho, que saltó a la portada de las informaciones de todo el mundo, dio un importante toque de atención sobre la peligrosidad de la región saheliana, la permeabilidad de sus fronteras, la incapacidad de los poderes en liza para ejercer un poder efectivo de control sobre el terreno y el hecho de que el Sahel se haya convertido en el santuario de la organización de Osama Ben Laden en el norte de África.

En esta franja inhóspita que transcurre a lo largo de media docena de países, desde Egipto y Sudán hasta el África occidental, las dunas de arena se mezclan con las montañas de piedra. Los dispositivos de vigilancia se han mostrado ineficaces, lo que convirtió al Sahel en escenario de todo tipo de tráficos ilícitos (drogas, tabaco, productos falsificados, seres humanos), de episódicas revueltas tuaregs y, cómo no, de una intensa actividad yihadista. Si bien existen enfrentamientos puntuales, informes de inteligencia apuntan a que terroristas, rebeldes y traficantes trabajan de forma conjunta.

“El objetivo de Al Qaida es hacer del Sahel un nuevo foco terrorista, la imagen de Pakistán y de Afganistán en los años ochenta”, destaca Mohamed Benallal, vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos de Rabat. No es de extrañar, por tanto, que a la cabeza de este nuevo vivero integrista se hayan situado antiguos combatientes en Afganistán como Mokhtar Belmokhtar, alias Abou el Abbas, emir de Al Qaida en la región Sáhara-Sahel. Oculto en el norte de Mali, sobre Mokhtar Belmokhtar, condenado dos veces a muerte en Argelia, pesa una orden de busca y captura.

Conocidos los riesgos, la lucha contra Al Qaeda en este contexto no se antoja, sin embargo, nada fácil. Entre los elementos adversos, la complicada orografía, las diferencias políticas entre estados y las dificultades con las que Estados Unidos se está encontrando para desplegar su Africom, una fuerza especial para reforzar la seguridad en la zona.

*David Alvarado es corresponsal en el Magreb y politólogo
 

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