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OPINIÓN - LUNES, 18 DE AGOSTO DE 2008

 
OPINIÓN / Diccionario Ideológico del Islam

El Corán (3)

Por J.L. Navazo


Si no hay más Dios que Dios (Allah) y el Sello de la Profecía es Mahoma, el Islam es inabordable sin el Libro por antonomasia, el Corán, que comparte su sacralidad con otros dos textos, la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento cristiano, con dos diferencias: estos dos últimos serían retazos alterados por los hombres; el Corán, al contrario, es la “palabra directa” de Dios transmitida a la Humanidad a través del arcángel Gabriel, quien “descendió” el texto sobre Mahoma entre el 612 y el 632, volviendo a hacerlo de una vez en “La Noche del Destino”. Los exegetas musulmanes siguen debatiendo tres cuestiones nada baladíes: ¿El Corán es eterno (opinión general) o ha sido creado?; ¿es el árabe la lengua de Dios?; ¿cómo se explican ciertos interrogantes y “letras misteriosas”, de carácter esotérico, que abren algunas suras?. Los estudiosos reconocen siete niveles de lectura, distinguiendo los pasajes claros (“muhkamât”) de los oscuros y ambiguos (“mutasabihât”). El estilo del texto y su carácter cerrado, eterno y perfecto, facilita enojosas lecturas intemporales e integristas.

El Corán (del árabe “al Qur`ân”, recitación, lectura) es la supuesta reproducción de un modelo originario existente en el Cielo (“La Madre del Libro”, donde cada parte de la palabra divina se encuentra bien conservada: “umm al-kitâb”), desvelado parcialmente en la Biblia y compilado definitivamente según la tradición por el califa Otmán (644-656 EC), si bien la heurística ha demostrado que su grafía y texto no fue cerrado hasta la época del Califato abasí (siglos X y XI). Con numerosas influencias hebreas y cristianas, el corpus coránico consta de 114 capítulos (azoras o suras) divididas en versículos (aleyas) de variable extensión. Cada sura, salvo la novena, va precedida de la “Bismilah”: “En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso”. Aunque los musulmanes suelen referirse a las suras por su nombre, en las traducciones se las distingue por su número. La historiografía distingue al menos dos periodos en su elaboración: el de La Meca, de carácter más visionario y tolerante arropado por una cadenciosa prosa poética y el de Medina, más político, imperioso y totalizador, con abundantes alusiones históricas y normas jurídicas, coincidiendo con la toma de poder por Mahoma. La revelación coránica esta dirigida a toda la humanidad e incluso a los “Yinn”, seres míticos hechos de fuego e invisibles, creados por Dios con alma y capaces de salvarse.

Si bien es admitida la traducción a otras lenguas como forma de proselitismo, la escritura árabe coránica sería “inimitable” por lo que cualquier versión no pasaría de ser un comentario (“tafsir”); para actos religiosos solo puede utilizarse un Corán en lengua árabe. La sacralidad del texto como “palabra directa” de Dios conlleva tres equívocas consecuencias: la dificultad de la adecuación del Mensaje divino a los tiempos actuales (el Corán es la fuente de la ley religiosa, que engloba todas las acciones humanas), limitaciones en la exégesis y “divinización” del Libro, que en algunos casos puede llevar a una soterrada forma de asociacionismo y paganismo; los musulmanes lo toman en sus manos en estado de pureza ritual. En el mundo islámico, más de 1300 millones de fieles repartidos por todo el mundo, el Corán sigue siendo la matriz inspiradora de toda su cultura siendo considerado un texto “inimitable, eterno y perfecto” lo que, obviamente, genera notables dificultades exegéticas. Para el lector hispano, sugiero la traducción del arabista J. Vernet.
 

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