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sociedad - LUNES, 25 DE AGOSTO DE 2008


momento de la competición. e.p.

Un paseo en kayak por los acantilados del Monte Hacho
 

Los acantilados del monte
Hacho, vistos entre paletadas

La Consejería de Medio Ambiente financia los fines de semana excursiones en `kayak´ en
las playas del Chorrillo y la Ribera para dar a conocer el abrupto litoral de la bahía sur

CEUTA
F. M. Caracena

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Las cuatro de la tarde. Junto al Agujero de la Sardina, una vez que empieza a diseminarse el grueso de los bañistas de la Ribera, hay un escueto puestecito blanco; mesa silla y toldo; que contrasta con el derrame naranja sobre la arena de los kayak. “Si quieres te apunto de reserva, pero ahora mismo no hay ninguna plaza”. Mal asunto. Rober Gómez, que había perdido la siesta para asitirme en la crónica de un paseo en kayak me lanza una mirada de agradecimiento. “Podéis venir a las cinco o cinco y cuarto para la segunda salida, que han venido antes cuatro niños del Chorrillo que sus padres no estaban muy convencidos y puede que haya sitio”.

Las cinco y cuarto de la tarde. Los cuatro niños están allí, lozanos y dispuestos. ¿Cómo está la cosa? “Por ahora han venido seis y el grupo es de doce, es que normalmente hay que reservarlo con un día de antelación o por la mañana, si no es difícil entrar”. Rober vuelve a mirar con la palabra siesta escrita en la frente. “De todas formas creo que vais a tener suerte porque ya está llegando el otro grupo y yo cuando mencione los nombres de la lista de los que se han apuntado, la plaza de quien no esté pasa a los de la reserva”. Por el filo de Fuentecaballos aparece en fila el grupo de piragüístas de las cuatro. Carillas de cansancio pero satisfechas. El mar y el sol dan una felicidad casi instántanea.

Las cinco y media. El monitor pasa lista y finalmente hay hueco. La expedición se compone de ocho kayak individuales y dos más dobles. Queda una para dos pasajeros y Rober y yo la agenciamos. “A ver, los que nunca hayáis cogido hecho piragüísmo”- esos somos nosotros- “la pala se coge poniendo las manos de tal forma que haya la misma distacia con respecto al final de los extremos de la pala; el dibujito del circulo que hay en la paleta tiene que quedar en la parte de abajo; el movimiento consiste en introducir la pala en el agua y con un golpe de muñeca cambias al otro brazo y vuelves a introducirlo en el agua; en la embarcación, para subir. primero ponéis el culo y después metéis las piernas”. Parece fácil, aún así: ¿Esto se vuelca? “Qué va, estas embarcaciones son de iniciación y muy estables”. Me ajusto el chaleco salvavidas de todas formas y lo acaricio un poco. Los chavalines que nos habían prometido los puestos ya están subidos y paleando. No tiene que ser excesivamente complicado.

A los acantilados

La salida se hace por la orilla junto al reciente espigón de la Ribera. Montarse no es difícil-”pones el culo y después las piernas”- y nos subimos en un periquete. Róber encabeza el kayak, él que es mayor y con menos tabaco en los pulmones: “El que está en la parte delantera de una doble es el que marca el ritmo. Si queréis virar hacia la izquierda o la derecha paleais en la parte contraria”. Es decir si paleas a tu izquierda, giras a la derecha y viceversa. Hasta los cinco años no me quedó claro eso de la izquierda y la derecha, en vez de por los acantilados del monte Hacho puede ser que terminemos en Gibraltar.

Una vez metidos en faena, el viraje no es complicado, incluso para los disléxicos. Salimos con algo de retraso con respecto al grupo y nos vamos directos contra los flotadores de la red anti-medusa. Al lado del espigón la línea de la red baja y así se puede sortear.

Emprendemos el camino a unos veinte metros del grupo. El monitor, atento, se para de través. Joder con los pavos de El Pueblo, parece que piensa pero mis fuentes no son fiables porque el hombre no lo dice. En cuarenta metros hemos chocado las palas Rober y yo unas seis veces. Muy coordinados todavía no andamos. Además estamos constantemente zizagueando: viramos a la derecha, paleamos dos o tres veces y nos doblamos hacia la derecha; doblamos a la izquierda, paleamos dos o tres veces y otra vez doblados. Un sinsentido, vamos a hacer diez kilómetros en un recorrido de quinientos metros.

El grupo se acerca un poco más a la costa. Varias rocas se alzan desde el agua. “Pasamos entre las rocas ¿no?” dice Rober, el cachondo. Las embarcaciones se pueden chocar contra las rocas sin problemas, pero todavía no estamos muy duchos en el sorteo de obstáculos. “Vira a la derecha, a la derecha”, pero la embarcación no hace caso. Cosas de las corrientes. Nuestro periplo por el roqueo termina en una pequeña calita y encerrados entre varias rocas de donde es difícil salir. Una familia que estaba allí con gorritos, bocatas y vocación de domingo nos mira con franca curiosidad. Después de unos momentos de duda, empujando las rocas con las palas conseguimos salir de allí.

Paleamos con un poco de más fuerza para coger al resto del grupo. La dirección ya va algo mejor y nos acercamos a la distancia suficiente como para poder descansar un rato. Echo un vistazo a los acantilados, pensaba escribir en el reportaje algo así como: cuando el monte Hacho se pierde de la ciudad se torna en el reino de las aves, que vigilan desde las rocas. Pero no hay ni siquiera un pollo, así que me tengo que tragar la frase.

El paseo se disfruta realmente, cuando se está flotando, con las vistas de los acantilados a un lado y el mar abierto al otro, se difumina cualquier tensión, es normal que los que lo hacen suelan repetir.

Llegamos a la altura de la inmisericorde cuesta del Recinto. “Aquí hay una cueva, quien quiera puede entrar a echar un vistazo y quien no se puede quedar aquí descansando o dándose un baño. Eso sí, la cueva es pequeña y hay que entrar uno a uno”. Mientras las embarcaciones van pasando obedientemente una a una y se pierden por la garganta que accede a la cueva, Rober se tumba en la embarcación y me aplasta el tobillo. La idea es lo suficientemente deliciosa como para imitarle y quejarme de forma suave. Llega nuestro turno, hay que dejar las palas sobre la embarcación porque el acceso es estrecho y empujarse haciendo fuerza con las manos en las rocas. La cueva tiene su encanto, algas moradas en el fondo y una apertura en el techo que provoca algo de claroscuro. Lo que no es muy encantador es salir de allí con un kayak doble, algo más largo que el resto. Hay que dar la vuelta en un espacio que quedaba bastante justo para la embarcación, así que por un rato hacemos algo de pinball, chocando entre las paredes y el dichoso claroscuro de la cueva. Haciendo un poco de fuerza con las paletas en las rocas del fondo, y eligiendo el lugar adecuado la embarcación sale finalmente. Un par de kayak más entran después que nosotros y ya emprendemos el camino de vuelta a la playa de la Ribera.

El regreso


El regreso es bastante más sencillo. El aprendizaje no es complicado y la vuelta la hacemos prácticamente sin zizagueos y a mejor ritmo. “Acuérdate de David Cal” dice Rober. El arribamiento a la playa se hace esta vez por la cala que está en frente del Agujero de la Sardina. Hacemos medalla de bronce en una competición inexistente.

¿Alguna vez habéis tenido algún tipo de problema en una de las salidas? “Qué va esto es algo suave, que se hace además a poca profundidad y con un tipo de kayak que es muy difícil de volcar”. ¿Ni siquiera cuando hay viento de Levante? “Nosotros hemos empezado a mitad de julio y la verdad es que hemos tenido bastante suerte. No ha habido ningún día en el que haya habido viento fuerte. Aún así sigue siendo muy difícil que se vuelque la embarcación”. ¿Esto lo organiza la Ciudad, no? “Sí, la Consejería de Medio Ambiente. Tenemos un contrato por dos meses y empezamos a mitad de julio con lo que no sé si acabará al final de este mes o estaremos hasta mitad de septiembre”- Yo creo que te va a tocar trabajar hasta septiembre- ¿Y vosotros sois monitores de la Casa de la Juventud o algo parecido? “No, somos de Fortur, una empresa que organiza actividades de aventura y hacemos de vez en cuando algún contrato con ellos”.

El monitor me mira, ya se ha acabado el cuestionario, y nos indica que hay que llevar las embarcaciones al recinto por donde accede el pescado al Mercado Central, que utilizan a modo de embarcadero.

Rober me invita a un cigarro cuando recuperamos nuestros enseres, se le ha olvidado ya que casi nos quedamos sin plaza. Estira un poco los brazos y se toca un poco molesto el hombro: “Menuda tarde nos espera ahora para escribir las páginillas” dice mientras subimos las escaleras que dan a Independencia. Cierto es Rober, cierto es.
 

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