Sobre las ocho de la tarde de ayer, el escenario ecuestre
improvisado en el Parque Urbano Juan Carlos I comenzaba a
llenarse. Los ceutíes se ubicaban en las gradas buscando los
mejores huecos para poder ver el espectáculo que más tarde
comenzaría con la semblanza y el poderío de los caballos
andaluces. Una muestra que se prolongó hasta las diez y
cuarto de la noche aproximadamente y que despertó los
aplausos y la sonrisa de todos los espectadores en más de
una ocasión.
Los preparativos para la ocasión comenzaron sobre las siete
y media de la mañana de ayer, cuando todo el equipo de la
Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, conformado por
jinetes, mozos y caballos, salía de Jerez con destino a
Ceuta. El barco zarpaba a las once para llegar casi al
mediodía a la ciudad autónoma, donde los animales fueron
desplazados a Viña Acevedo a descansar para su posterior
actuación.
Los preparativos comenzaron sobre las seis de la tarde,
cuando los mozos iniciaban la limpieza de los ejemplares
para posteriormente desplazarlos hasta el improvisado
escenario ecuestre en el Parque Urbano Juan Carlos I. Los
primeros en llegar a los aledaños del parque fueron los
propios jinetes y los mozos, que transportaban los
vestuarios y accesorios del conjunto. De manera paralela,
las gradas del recinto comenzaban a albergar a los primeros
espectadores, que con curiosidad y ansiedad esperaban la
llegada de la pura raza española.
Enormes camiones llegaron a las ocho de la tarde albergando
a los impetuosos ejemplares que lucían un brillo
indescriptible en sus crines. Y comenzaba la cuenta atrás,
donde los nervios fueron los primeros enemigos del momento.
Los mozos, peinando y trenzando los cabellos de los animales
a la vez que les colocaban los primeros adornos goyescos. Y
los jinetes, colocándose sus elegantes vestuarios con aires
románticos. Toda una sesión digna de admirar pero nada
sorprendente comparado con lo que más tarde se podría
observar.
Sin interrumpir la puntualidad, a las nueve de la noche
comenzó el espectáculo ecuestre; una muestra que compaginó
la poesía de un misterioso narrador, el clásico y flamenco
del ritmo andaluz, la figura esbelta de los jinetes y la
disciplina de la raza española.
La exhibición arrancó con la pureza de la dama vaquera; los
jinetes, con traje de corto y los caballos con ornamentos de
cuero, recreando el verde campo andaluz y el guiado del
ganado en pleno monte. La música, rozando palos del flamenco
como estribillos de alegría acompañados por la falseta de la
guitarra española. Y el trote de los ejemplares, acompasados
por el sonido ambiente. ¡Increible!, ¡Sorprendente!,
¡Maravillosos!. Las primeras palabras con las que el público
calificaba los dos números que inauguraban la maravillosa
muestra.
Y con las ovaciones del público y los versos sonoros de
introducción llegaban los vestuarios a la usanza del siglo
XVIII, dando paso a la doma clásica y los refinados
ejercicios de la Alta Escuela. Con música netamente española
y clásica adaptada, interpretada por Luis Cobos y Manuel
Carrasco aparecían los primeros saltos y levadas de los
caballos andaluces, que lucían monturas y decorados granates
y dorados que respladecían sobre sus brillantes lomos.
Animales que simbolizan una raza muy cuidada desde hace más
de 500 años y que despiertan la mirada de cualquier
observador, no sólo por la disciplina que mostraron durante
todo el espectáculo sino por la belleza y la exuberancia de
sus figuras, que encandilaron a los más pequeños de las
gradas.
Bajo el título de ‘Trabajos en la mano’, los caballos
ejercitaron el paso español, el piaffer (trote en el sitio)
y la equitación antigua con levadas, cabriolas y corbetas.
Movimientos que encandilaron a los espectadores y que
arrancaron los aplausos de todos los presentes. Hasta que
por fin llegaba Invasor, un ejemplar que cumple los 19 años
de los cuales diez, han garantizado el éxito y el
reconocimiento de la escuela de Jerez ya que ha sido ganador
de múltiples campeonatos y medallas a nivel nacional e
incluso internacional en varias olimpiadas. Invasor junto a
Rafel Soto, su jinete, mostraron la ‘Fantasía Olímpica’, un
número fantástico en el que la falseta de la guitarra
española y los pasos del caballo se fundieron en un solo
movimiento repleto de magia y encanto. Los toquecillos de la
rumba se hicieron patentes en el popurrí musical que
envolvió la magestuosidad de esta secuencia olímpica. En el
penúltimo de los números, ‘Riendas largas’, la
sincronización y la relación comprendida entre el caballo y
el jinete parecían increibles, tanto que el ejemplar
similaba a un lazarillo en la oscuridad de la noche. Idea
romántica que se esclarecía con el suave sonido de los
violines y el envolvente compás del piano. Aunque más tarde
se harían presentes los ritmos del pasodoble español. Y el
broche final, el esperado carrusel titulado ‘Son y ritmo’;
un desfile en el que participaron casi todos los componentes
del espectáculo, realizando con hermosa armonía y perfecta
simetría, ejercicios de la equitación académica, apoyos al
galope y al trote, y passage (un movimiento en el que el
caballo pareciera que estuviese flotando en el aire). En
definitiva, una noche de arte con aroma andaluz.
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