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OPINIÓN - JUEVES, 4 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

La lección de los cayucos
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

La vida nos entrega lecciones que se nos pasan desapercibidas. La lección de los cayucos es una de ellas. Y, aunque dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus enseñanzas no suelen aprovecharse. Conviene recordar que estas humanas gentes se lanzan a la mar porque no tienen otra salida. Vivir es un desconsuelo permanente para muchos. Unos lo tienen todo y otros no tienen nada. La injusta distribución de las riquezas, del desarrollo y del bienestar, es el problema. Mientras no se acometa la solución de estas contrariedades en su raíz, seguirá habiendo movimientos migratorios, unas veces regulados, otras espontáneos y sin papeles, a la desesperada, como viene sucediendo en los últimos años con trágicos resultados. La mar, por desgracia, se está convirtiendo en el mayor cementerio de vidas, mientras desde la otra orilla, desde la nuestra, apenas soltamos una lágrima de amor. Nos hemos acostumbrado a sus muertes.

La menguante cultura del don, (de donación y entrega incondicional), nos ha empedrado el corazón de indiferencia. Hasta los suspiros han perdido el alma y nadie se pone a reparar daños causados. La pobreza, y sobre todo, la creciente desigualdad entre áreas, continentes y países, incluso dentro de estos últimos, debieran estar en todas las agendas de todos los poderes del mundo y de las naciones. Hay que dirigir nuestras fuerzas hacia los marginados, emplearse a fondo en considerar la regeneración de la sociedad a partir de las exigencias de los indigentes y necesitados.

Es un acto de corazón indispensable, una verdadera cuestión social. Nuestro país debe estar en primera línea de salida. Lo que no tiene sentido es que un poder tan vital como el de la justicia pierda el tiempo ahora en desempolvar los muertos de una incivil guerra. Si la justicia es el hábito de dar a cada cual lo suyo, hágalo en vida y a los vivos. Tarea no falta, la desigualdad en el mundo nos desborda. Tampoco tiene muchas luces que poderes como el ejecutivo o el legislativo gaste sus fuerzas en historias, que no pasan de ser de salón, cuando tenemos una crisis económica galopante, donde España bate el récord en creación de parados, sobre todo de inmigrantes que vinieron en cayucos.

La lección de los cayucos, para bien o para mal, es un diario en nuestro país, y aunque la inmigración es un fenómeno presente desde los albores de la historia de la humanidad, que nos van a decir a los españoles de ello, el hecho de que en nuestros días se haya convertido en una emergencia para muchos seres humanos ha de interpelarnos, no dejarnos en la pasividad, viéndolos morir en la mar o vivir en condiciones infrahumanas. Aparte de exigir nuestra solidaridad, la de cada uno en particular, impone al mismo tiempo respuestas políticas eficaces y actos de justicia, donde los diversos poderes de un Estado social y democrático de Derecho han de trabajar coordinados y en la misma dirección, a pleno corazón y a pleno rendimiento. Este esfuerzo si que debiera ser prioritario.
 

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