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OPINIÓN - SÁBADO, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La dificultad de escribir
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Uno lleva muchos años escribiendo en periódicos y está acostumbrado ya a recibir muestras de desagrado por parte de quienes están en desacuerdo con lo publicado y petición de oreja insistente por los que se divirtieron con lo opinado.

Cualquier ejemplar de los primeros se hace notar poniendo cara de apretado cuando me ve y, desde luego, negándome el saludo que antes parecía ser tan necesario para él como vivir de la política o procurar por todos los medios que su mujer no se entere de que va por la vida convencido de que es el vivo retrato del mejor Troy Donahue: aquel rubio galán del cine de los años sesenta, nacido en Nueva York, y que hacía gritar de histeria incluso a las damas más encopetadas.

En relación con los segundos, ni que decir tiene que el arquetipo se comporta de manera bien distinta. Llegando al extremo de que en ocasiones me hace pensar, con sus ditirambos, que esta es la columna más leída y que lo primero que desea al echarse abajo de la cama es buscarla para empaparse de lo que pueda decir yo. Con lo cual me obliga, a pesar de que por educación salga a los medios a recoger los consiguientes aplausos, a flagelarme diariamente para que no se me suban los humos a la mollera hasta el punto de dañar el medio ambiente. Algo que no me perdonaría mi estimado José Manuel López, presidente de Septem Nostra.

Como verán ustedes, y sin ánimo de darme pote, es tarea difícil escribir diariamente una columna. Y lo es aún más si la misión encomendada es la de sacarle punta cada día a lo que sucede en la ciudad. Una ciudad preciosa –sí, no me canso de repetirlo, ¿pasa algo?... –, aunque pequeña por su escasez de quilómetros.

Y en sitios así, el columnista está siempre en la cuerda floja. Pues sucede que los prejuicios en los pueblos cristalizan con una dureza extraordinaria. Surgen las pasiones pequeñas. Y en vista de que la energía humana necesita un escape no puede estar reprimida y hace presa en las cosas pequeñas, insignificantes, y las agranda, las deforma, las multiplica... Y todo cuanto se dice acaba hipertrofiado.

Y si al enjuiciamiento exagerado de los comentarios se le une la endogamia existente (aclarando: unión sexual entre personas pertenecientes al mismo grupo social), el peligro es todavía mayor. Y uno llega a pensar en la mucha razón que tuvo Larra cuando dijo aquello de que escribir en España es llorar.

Pero ya no sólo es peligroso escribir, no; sino que quien escribe ha de cuidarse mucho de conversar en según qué sitios. Me explico: si se asiste a una tertulia, verbigracia, hay que cuidarse mucho de manifestar las tendencias, los gustos, los deseos, o preguntar si es verdad algo que a uno le han contado acerca de cualquier político. Porque, inmediatamente, ese político será puesto al tanto de lo que no deja de ser una gilipollez por parte del chivato de turno que anda siempre temeroso de perder el cargo que ostenta sin reunir los méritos suficientes. Y, por tal motivo, está siempre presto a funcionar como correveidile.

En fin, que a pesar de todo lo reseñado, y por más que la vida en las ciudades pequeñas lleve consigo los prejuicios, las pasiones menores, los odios enconados y hasta las exageraciones, uno hace todo lo posible por mantener el tipo. Sabiendo que en cualquier momento hasta el más necio, revestido de altanería, pedirá ayuda.
 

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