Corriente espiritual, mística y ascética, de ascendencia
panteísta como puede verse en Ibn Arabí: para este
“andalusí”, paradigma del pensamiento sufí, Dios está en
todas partes, el mundo sería una emanación de Él y la vida
misma es la ascensión hacia Dios. El término sufismo parece
derivar de la palabra árabe “sûf” (el que se viste con
lana), remitiendo al hábito tradicional portado por sus
seguidores como muestra de humildad siguiendo, posiblemente,
el ejemplo de monjes y ascetas cristianos, aunque el
significado exacto es discutible. La mayoría de los autores
concuerdan en que el sufismo sería la versión esotérica del
Islam, siguiendo la idea implícita en el Corán de “amistad”
con Dios. El sufismo se remontaría a los tiempos mismos del
Profeta, desarrollándose en la Persia del siglo VIII e Irak,
alcanzando El Cairo en el siglo IX y extendiéndose, en la
época de apogeo del Califato Abasí, por todo el imperio,
alentando corrientes reformistas y constituyéndose en un
formidable medio de propagación del Islam (d´awa); en Al
Andalus, la España islámica, el código de Tortosa (1172 EC)
ya menciona la existencia del movimiento sufí, organizado en
“tariqas” (cofradías). Entre los nombres de los primeros
tiempos destaca el de una mujer, Rabea al-Adawiya (m. 801
EC), junto a los de Hasan al-Basri (m. 801), al-Tustani (m.
896), Junaid (m. 910) o el de Jafar al-Sadiq (m. 785 EC),
nombrado sexto Imám por los shiítas y muchos otros como el
persa Abu Said Abdul-Cheir. Los seguidores del naciente
sufismo fueron organizándose en “tariqas”, impulsadas por
vigorosas personalidades o agrupándose en torno a santuarios
sacralizados (siguiendo viejas costumbres preislámicas)
cuyas tumbas se consideraban portadoras de “baraka”
(suerte). Al igual que ocurre en las corrientes místicas de
otras religiones el sufismo supera y trasciende las
categorías al uso, encontrándose su práctica tanto en la
sunna como en la shía, las dos grandes ramas del Islam,
advirtiendo no obstante que el shiísmo suele ser más
refractario al misticismo normalizado, pues sus imames y
jerarquía religiosa ya actúan como “intercesores”,
desarrollando además (al contrario que en la sunna) un
pujante movimiento filosófico. Buscando la elaboración de
una “Vía”, los primeros sufíes reivindicaron el ejemplo del
Profeta y la necesidad de la ascesis para alcanzar,
paulatinamente, la “Verdad espiritual” interior (“Haqîqa”),
utilizando la gnosis (interpretación soterrada) de los
textos sagrados siguiendo las enseñanzas de un maestro, para
desembocar finalmente en la “anonadación del Yo en Dios”.
Tres son los caminos (vías) de acceso o “tarîqat”: la del
temor o purificación (majâfa), la del amor o sacrificio (mahabba)
y la del conocimiento (ma´arifa); es usual la práctica del “Dhikr”,
recitando versos sagrados o rezando muy bajo, común en la
ortopráxis de muchas religiones pero cuyo origen, para los
musulmanes, se remontaría al Corán y los hadices. El sufismo
inició su andadura de forma heterodoxa, siendo rápidamente
cuestionado por dos motivos: ideológicamente, porque intenta
acceder al conocimiento y la “presencia” divina de forma
directa, no a través exclusivamente de El Corán, la
revelación directa de Alláh/Dios a la humanidad; y
políticamente, por la crítica de los sufíes a la hipocresía,
la injusticia social y el nepotismo del poder. Algacel
(1058-1111 EC) intentó armonizar el racionalismo del “kalam”
con el misticismo sufí (véase “Tariqas”).
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