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OPINIÓN - LUNES, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 
OPINIÓN / DICCIONARIO IDEOLÓGICO DEL ISLAM

Abluciones (7)

Por José Luis Navazo


La praxis de la religión islámica, con una clara proyección social, estima generalmente tanto el “parecer” como el “ser”, particularmente en algunas corrientes puristas, dogmáticas y rigoristas minusvalorando, o confundiendo, la famosa aleya coránica: “¡Desgraciados los que oran y lo hacen negligentemente, que lo hacen por ostentación”, como no dejaron de recordar eruditos musulmanes cuyas obras fueron pasto de las llamas por la intolerancia y el fanatismo; fue el caso de Al-Gazali, conocido en Occidente como Algazel y cuyas obras fueron quemadas por los Almorávides; por distintos motivos Ibn Rud (Averroes) vio también sus obras echadas al fuego por los Almohades y, hasta hoy día, el Wahabismo (ideología dogmática y cerrada como pocas) tiene prohibidos en Arabia Saudí los libros del místico “andalusí” y exponente del sufismo, Ibn Arabí.

Para el Islam al igual que en otras religiones existen las abluciones, una limpieza ritual del cuerpo para eliminar las impurezas antes de realizar cualquier práctica de fe, como realizar una plegaria válida, recitar aleyas coránicas o, incluso, tocar el libro sagrado, el Corán. Los musulmanes distinguen dos clases: las mayores o “gusl” y las menores (wudû’). Las primeras (gusl) requieren el lavado completo del cuerpo, tanto después de evacuaciones físicas ordinarias, como de las relaciones sexuales, la masturbación e incluso las secreciones sexuales involuntarias, la menstruación, el parto o el contacto con un cadáver, mientras el creyente recita las declaraciones de intención (niyya); los “hammâm” o baños públicos (basados en las termas romanas), eran y son los lugares habituales para la práctica del “gusl”. Las abluciones menores (wudû’) son indispensables antes de la oración canónica e implican el lavado de la cabeza, cara, manos y antebrazos hasta los codos, así como el lavado de los pies por tres veces; normalmente debe hacerse con agua pura, de lluvia o manantial (de ahí las fuentes públicas a la entrada de cada mezquita), pero si no fuera posible el creyente puede limpiarse simbólicamente, con tierra, arena, una simple piedra o incluso mediante gestos, en una práctica sustitutoria que se conoce como “tayammum”. En la pequeña mezquita del Cuartel de Regulares de Ceuta existe todavía una piedra que, en caso de necesidad, era usada por los soldados para tal fin. Lamentablemente, ciertas corrientes puristas y dogmáticas complican en gran medida estas sencillas prácticas cuyo conocimiento, desde luego, se exige al neófito converso con cierto rigor y a veces sin contemplaciones.

La práctica de las abluciones para los sunníes y shiís (las dos ramas principales del Islam) difiere en pequeños detalles. Los últimos defienden con insistencia que los pies deben ser siempre lavados, mientras que para los mayoritarios sunníes es posible acceder a una mezquita si los pies calzaban zapatos limpios, lo que también se puede hacer de forma más o menos simbólica mediante una frotación. Tiempos ha, en la Edad Media, las ciudades islámicas solían ser conocidas por su limpieza y estrictas medidas higiénicas; hoy en día, todavía en pueblos y aduares apartados de muchos países los “hammâm” siguen siendo un lugar de encuentro e higiene de la comunidad y en los que, a falta de otra alternativa, puede ponerse en práctica la ablución mayor o “gusl”.
 

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