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OPINIÓN - LUNES, 29 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

Forjadores de hombres y mujeres
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

La Constitución de 1812 consagró el derecho a la educación y por ello se ha venido luchando en firme, en los últimos 150 años, desde que se proclamó la conocida como Ley Moyano (1.857), la primera norma que reguló la enseñanza en España. Quienes han estudiado la legislación educativa confirman que estas leyes son el mejor reflejo de la verdadera evolución del país. Hay problemas cíclicos y aspiraciones del siglo XIX que aún no se han materializado, aunque, sin duda, muchos avances: “La situación, cuando se promulgó la Ley Moyano y la actual, son diferentes; los contextos son muy distintos, pero, si bien entonces, el fallo estuvo en la fundamentación económica de la Ley, ahora el porcentaje del PIB que está destinando es corto”.

Los docentes de hoy coinciden en que hay que dedicar más dinero para tener profesores bien formados, una organización óptima de los medios y un sistema educativo que recoja las aspiraciones de todos los ciudadanos. Sin duda, un consenso, que fue la clave para que la Ley Moyano se mantuviera vigente durante más de un siglo, un dato que contrasta con las tres legislaciones que se han superpuesto en la última década. “Desde la Ley Moyano, todos los gobiernos han modificado las leyes para adaptarlas a sus ideas políticas y sociales. Los intereses políticos han prevalecido, en diferentes etapas, sobre los puramente pedagógicos”

Los pedagogos coinciden en que cada sistema educativo ha tenido su ideólogo particular, y que la preocupación del docente ha cambiado muy poco a lo largo de los años. También, en aspectos laborales. En los años 70, cuando desaparecieron los centros de una sola unidad, maestro único, hubo que recolocar a los profesores, como ocurrió con la LOGSE y la eliminación de los cursos 7º y 8º. Hoy sería impensable una legislación que dejase olvidados, como hizo la Ley Moyano, los derechos del profesorado, que ni siquiera tenía contemplada su jubilación.

Algo menos mejorado en el aspecto adquisitivo, pero cada vez menos prestigio y reconocimiento social. En el siglo XIX, el Instituto era un centro donde impartían clase los señores profesores; ahora todo esto se cuestiona y, como anécdota, hasta se debate en determinados programas sobre si se debe castigar o no a un profesor.

Los cambios en el sistema educativo se han sucedido en diferentes direcciones. Hasta 1884, la mujeres cobraban un tercio menos que los hombres y tuvieron que pasar más décadas para lograr que las profesoras no sólo impartieran Religión o las trasnochadas asignaturas de Labores, propias del sexo.

“La administración nos presiona a los docentes, pero hay que mirar más a la familia y a los problemas de integración del alumnado… La Ley Moyano hizo posible la educación universal, pero entonces estudiaba el que podía, o el que quería. Durante años fue así. La obligatoriedad, hasta los 16 años, ha propiciado la aparición de objetores escolares, alumnos sin interés y que lleguen a desarrollar conductas violentas hacia sus profesores y compañeros; y luego, están los niños con problemas de integración y a los que, por falta de medios, no se les puede atender adecuadamente; dos problemas que, al final, pasan factura en la calidad de la educación… la culpa no es sólo de la Ley, sino de la familia y su rol, y la falta de respeto hacia el profesorado”.

¿Qué ha venido sucediendo en nuestro sistema educativo que, tras varios decenios, ha sufrido una caída vertiginosa, convirtiéndolo en uno de los principales problemas de nuestra sociedad? Para el profesor González de Cardedal, en “tercera de ABC”, “el problema existe porque se ha quebrado la ilusión de muchísimos profesores que, habiendo ido a la enseñanza con una admirable generosidad y entrega para formar personas, tras largos años de ejercicio, han ido viendo desaparecer su gozosa implantación en las aulas, sustituida, primero por la distancia, luego por la incomodidad, finalmente por el temor y el miedo. La formación en cualquiera de las órdenes que acontezca se basa en el régimen de confianza, de audiencia y obediencia como primer paso; nunca sospecha. El viejo lema “el que aprende necesita otorgar crédito al que enseña”, ha sido sustituido, en muchos casos, por la distancia crítica de los alumnos, de los padres y de las asociaciones, que reclaman, denuncian y convierten al profesor en un presunto culpable. Del crédito otorgado antes al profesor frente a lo que el hijo dijere, hoy los padres otorgan rédito incondicional al hijo, convirtiendo automáticamente al profesor en reo… Sin apoyo y confianza de padres y autoridades ministeriales, los profesores se sienten solos e indefensos. Se repliegan a mínimos, piden permisos para otras actividades, reciben bajas por depresión, anticipan jubilaciones y, en cuanto pueden, marchan…”

En tal situación es inhumano que haya proponer la vocación educativa para héroes o quede sólo como un medio de vida y no de ilusión al mismo tiempo.

“Y cuando llega el momento de la jubilación, deseo de que nos llegue a los 60 años, abandonando nuestro centro, con nostalgia, porque siempre se pensó, y se seguirá pensando que ser forjador de hombres y mujeres, es la más bella misión. Y, a veces, cuando se encuentra en su madurez personal y profesional, pudiendo ofrecer a la sociedad los mejores frutos”.

Para D. Andrés Manjón, “lo básico y fundamental del maestro es conocer la verdad y hacer que la conozcan, ésta es la misión del que enseña; conocer y enseñar las verdades que son luz y guía en los caminos de la vida, ésta es la principal misión del educador, saber cuál es nuestro origen y destino y el camino que une esos dos términos, según la luz de la razón y revelación, o realizando todos nuestros fines parciales, sumados en un fin supremo y universal…
 

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