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OPINIÓN - MARTES, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

El garaje inundado
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Llovía torrencialmente, tronaba, relampagueaba... Y Ceuta, bautizada como “La andaluza niñería” por el poeta que se extasiaba al verla arrebolada y mirándose en sus mares, era asediada por la furia de unas aguas que parecían dispuestas a destruir el gran capricho de López Anglada, en un domingo ya histórico.

Apostado en el cierro de mi casa, veía yo lo que más bien parecía la versión de un nuevo diluvio. Y pensaba que semejante situación podría escapársele de las manos a los bomberos y a todo el personal encargado de intervenir en casos así. Aunque, por otra parte, me asía a la confianza que me había generado Juan Vivas al oírle decir días antes que todos los medios para combatir las lluvias estaban previstos y que no volverían éstas a sorprendernos como en años anteriores.

Y como la palabra del presidente de la Ciudad es palabra de... persona que cuenta con un crédito enorme entre sus convecinos, de manera mayoritaria, no dudaba que todos ellos estarían pensando como yo: si el presidente ha dicho que tranquilos..., no caben miedos.

Pero el presidente, por lo visto, contaba con unas predicciones erróneas; o sea, que tenía asumido que llovería unos cuarenta litros por metro cuadrado, durante más o menos doce horas. Y, claro, de repente se encontró con que fueron ciento cuarenta y en cuatro horas. Con lo cual se quedó a merced de las circunstancias. Ni más ni menos que ha ocurrido en otros sitios de la Península. Donde mirarse sirve de mucho consuelo y hasta quita importancia a los yerros que se hayan cometido aquí.

Harto de estar tras la cristalera, viendo llover intensamente, decidí salir a la calle y dirigirme a un sitio que ya tuvo problemas en otra ocasión, a fin de comprobar si esta vez se había salvado del desastre. Me estoy refiriendo al garaje del edificio de la Gran Vía y que tiene puerta de salida por el Paseo de las Palmeras. Y me encontré con un panorama desolador.

El garaje estaba anegado de agua. La inundación era de un metro. Y todos los vehículos estaban afectados. La indignación de los vecinos era evidente y clamaban porque alguien les dijera por qué motivos no se había tenido en cuenta el daño que podía causarles las obras realizadas en el Paseo de las Palmeras.

A mí me dieron los vecinos toda clase de explicaciones y me hablaron de los desaciertos cometidos por los técnicos en el asunto. En mi caso, como no sé ni papa del trabajo de albañiles, arquitectos, peritos, aparejadores, constructores, etcétera, me limito, simple y llanamente, a exponer las quejas de quienes vieron sus propiedades dañadas.

Tampoco sería justo que silenciara la actuación de los bomberos en dicho garaje. Llegaron con un motor para achicar agua sin saber que éste estaba averiado. Y tuvieron que recurrir a otro pequeño que más que succionarla lo que hacía era chuparla a sorbitos. Ante la indignación de los moradores de las viviendas del edificio de la Gran Vía. Los bomberos, en día tan ajetreado para ellos, hicieron lo que pudieron y supieron y, desde luego, trabajaron con los medios que poseen. No me extraña, pues, que Rafael Ramírez, presidente del edificio, esté todavía subiéndose por las paredes. Y está en su perfecto derecho de protestar enérgicamente ante el gran presidente de “La andaluza niñería”.
 

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