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ACTUALIDAD - SÁBADO, 8 DE NOVIEMBRE DE 2008


macián (I) y  Ban Ki-Moon (D). cedida.

X premio convivencia a la fundación miguel gil moreno
 

«Pasó toda una noche, hasta que vimos amanecer, dándome sus motivos para ir a Yugoslavia”

La madre del fallecido corresponsal de
guerra Miguel Gil Moreno y presidenta
de la Fundación acreedora al X Premio Convivencia, Patricia Macián, recogerá
hoy el galardón de manos de Juan Vivas

CEUTA
Redacción

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Un buen día de 1993, Miguel Gil tomó la decisión: abandonaría la abogacía y se convertiría en corresponsal de guerra. Llegó a Sarajevo desde Barcelona en una moto de trial, sin apenas dinero, para empezar como chófer y chico de los recados. Cinco años después, Miguel recibía en Londres el Rory Peck Award, premio concedido al mejor trabajo anual de un cámara desplazado a un conflicto bélico. El 24 de mayo fallecía en una emboscada guerrillera en Sierra Leona, junto a otro compañero, Kurt Schork. La memoria de este corresponsal sigue viva en la Fundación que lleva su nombre, presidida por su madre, Patrocinio Macián, ‘Pato’. “Pasó toda una noche, hasta que vimos amanecer, dándome sus motivos para cambiar su vida e ir a Yugoslavia; y yo lo entendí”, recuerda quien hoy recogerá, de manos de Juan Vivas, el máximo galardón que se concede en Ceuta.

Pregunta.- Aunque sabía que estaban nominados, ¿le soprendió la concesión del Premio Convivencia de Ceuta?

Respuesta.- Me sorprendió, porque es el primer premio que ha recibido la Fundación, por lo que ha sido un orgullo, porque pensamos que la Fundación es la continuación de la labor que comenzó Miguel. Estamos orgullosísimos por la labor de la Fundación y lo que representa este premio para nosotros.

P.- Y un premio que dedicará a la memoria de tu hijo.


R.- Exactamente, porque Miguel luchó en todos los sitios de conflicto en los que estuvo por la convivencia y el respeto entre la gente, por lo que para nosotros es un premio muy especial.

P.- ¿Cuáles son las funciones y objetivos que desarrolla la Fundación Miguel Gil Moreno?

R.- Se divide en dos pilares: la parte humanitaria, que es a la que yo me dedico, y la de ayuda a los periodistas, que la llevan mis hijos. En lo que a mi respecta, hemos ayudado a montar un colegio internado en la localidad marfileña de Abiyán; también colaboramos con una escuela en Sierra Leona y una leprosería en Costa de Marfil. Logramos reconstruir una casa en Madina, muy cerca de donde murió Miguel, y que lleva un padre javeriano para ayudar a los niños ex soldados. Gracias a las ayudas que hemos recibido ahora esos niños se pueden reunir en una comunidad donde estudian y juegan, en lugar de andar con fusiles.

P.- Respecto a la ayuda a los corresponsales de guerra, ¿qué hace la Fundación?


R.- Al principio ayudamos a familias, pero nos dimos cuenta que esta labor la hace muy bien Reporteros Sin Fronteras. Entonces nos dedicamos más a buscar la seguridad. Nos movemos mucho en foros internacionales y hemos logrado que las dos agencias internacionales se comprometan a que en caso de muerte la agencia se comprometa a pagar la parte que no cubre el seguro. Para nosotros es muy importante saber que los corresponsales en conflictos bélicos van asegurados. También hemos logrado que el curso de seguridad sea obligado para cualquier que quiera ejercer esta profesión. Hemos comprado también chalecos antibalas y cascos reglamentarios.

P.- La verdad es que cuando les vemos por la televisión o les leemos no nos podemos imaginar sus malas condiciones laborales, porque algunos están hasta subcontratados, ¿no?


R.- El mayor problema es para los free-lance, como era el caso de Miguel, que se fue de casa sin saber que se Yugoslavia se había dividido ya. Hay bastantes que no son periodistas, como Miguel, que era abogado. El free-lance no lleva preparación y es muy peligroso sino van a remolque de alguien. Los que van con las agencias van más preparados, según me informan los compañeros de mi hijo.

P.- Supongo que la cuantía económica del Premio Convivencia –50.000 euros– vendrá muy bien para todos estos objetivos.


R.- Efectivamente la cuantía económica con la que está dotado el premio nos va a suponer muchísimo, porque tenemos muchas ideas pero económicamente cuesta lograrlo, porque es una fundación pequeña y cuesta lograr ayudas. Tenemos pensado hacer, por ejemplo, unas becas para periodistas en conflicto, concretamente en los países en los que tenemos experiencia sobre el sitio, como es Sierra Leona y Sarajevo.

P.- ¿Qué se te pasó por la cabeza cuando Miguel te dijo que dejaba la abogacía y que se iba a los Balcanes con la intención de ayudar a cubrir el conflicto bélico?


R.- Miguel siempre me decía que yo era la única persona que le comprendía, porque su padre murió en un accidente cuando él tenía 14 años. Miguel quería ser periodista y yo le dije que hiciera una carrera, porque si no sabía escribir no iba a lograr nada, porque la situación económica nuestra no era nada boyante. Acabó la carrera de abogado y se metió a trabajar en un bufete de un buen amigo íntimo de su padre. Cuando decidió dejarlo, yo lo entendí. Pasó toda una noche hablando, hasta que vimos amanecer, dándome sus motivos para cambiar de vida e ir a Yugoslavia... y yo los entendí. Lo primero que me dijo es: “mamá, ¿me necesitas?”, y yo le dije que no. He pasado muchos ratos malos, pero creo que hice lo que debía, porque su padre le hubiera dicho también que sí, porque ambos se parecían mucho.

P.- ¿Cuáles fueron esos motivos que te dio para dar un vuelco tan radical a su vida?


R.- Cuando murió llegaron muchos escritos entre sus cosas. El diario de Miguel decía en la víspera de irse que no sabía dónde iba ni lo que se iba a encontrar, pero que lo que sabía es que no podía defraudar a papá ni a mamá. Aquello me hizo pensar mucho. Se le había quedado pequeña Barcelona. Decía que se había cansado de coger el autobús para ir al despacho, pero la verdad es que tenía otras metas. Quería saber lo que estaba pasando allí.

P.- En 1994 el fotógrafo Kevin Carter ganó el Pulitzer de fotoperiodismo con una imagen tomada en Sudán en la que un buitre acechaba a una niña a punto de morir por el hambre. Al recibir el premio, declaró que aborrecía esa fotografía, porque estaba arrepentido de no haber ayudado a la niña. Cuatro meses después se suicidó. ¿Existe siempre esa lucha entre los corresponsales de guerra entre si resulta más útil salvar una vida o dar testimonio de la muerte para lograr una reacción internacional?


R.- Creo que son dos extremos. Hay un vídeo de Miguel en el que se le ve filmando con una mano y con la otra está tirando de los niños que estaban cogiendo los rebeldes. Él le contó a una fotografa holandesa que tenía remordimientos, porque con las historias que él contaba se ganaba la vida. Tú tienes que saber qué es lo importante. Miguel siempre decía que hay historias donde lo más peligroso no es arriesgar la vida por contarlas, sino dejar de filmarlas. Miguel grabó lo de los trenes de Pristina y resultó decisivo. Otros periodistas me han dicho que Miguel consiguió desenmascarar la mentira y dar testimonio de que se trataban de deportaciones masivas como los de la Segunda Guerra Mundial. Él decía que él filmaba y que esperaba que ya hubiera gente en otro lado que pudiera hacer algo por pararlo.

P.- Otro de los grandes hitos de tu hijo fue la grabación de los bombardeos en Prístina.

R.- Echaron a todos los periodistas habitación por habitación. Él dijo que se necesitaba una persona que contase lo que estaba pasando y le dejaron. Él decía que le sirvió mucho su carrera de abogado para convencerles. Grabó todos los bombardeos de la ONU y luego le costó muchísimo salir. Recuerdo cuando me llamó, yo estaba en la playa, porque pensaba que de ese viaje no iba a salir. Miguel, si podía, me llamaba todos los días.
 

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