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sociedad - DOMINGO, 16 DE NOVIEMBRE DE 2008


el minusválido ricardo. a. samiñán

 LA DURA VIDA DE UN MINUSVÁLIDO
 

“Sólo pido una vivienda,
vivo acorralado”

Ricardo González padece una minusvalía física que le impide desenvolverse con normalidad a lo que se le suma una vivienda no adaptada a su deficiencia
 

CEUTA
Cristina Marzán

ceuta
@elpueblodeceuta.com

El día a día comienza en una rampla adaptada a la minusvalía de Ricardo, al que sus compañeros de Auto-taxi recogen para traerlo y llevarlo al trabajo donde atiende las llamadas telefónicas en la centralita. Ricardo es minusválido, vive solo y prácticamente se desplaza a ras de suelo.

Por un destino caprichoso y que le ha jugado malas pasadas, este hombre habita en los aledaños del hospital militar, en una vivienda que no está adaptada a su minusvalía y en la cual, cada jornada, le supone un calvario. Ricardo sube diariamente las escaleras arrastrándose; increíble, pero cierto. De vez en cuando algún vecino se aproxima para desplazarlo hacia su casa pero sino debe ascender solo, sin ayuda, peldaño a peldaño con la fuerza de sus propios brazos. “Cuando me separé de mi mujer, que me acusó de malos tratos, la jueza me quitó la casa de protección oficial adaptada a personas tetrapléjicas. Ahora vivo en casa de mis padres y lo único que pido es mi vivienda porque me veo acorralado sin poder vivir, ni trabajar, ni hacer nada”, explica el ceutí Ricardo González.

Efectivamente, el domicilio en el que habita este minusválido carece de todo tipo de facilidades para ejercer una vida en solitario ya que, además, este ceutí se encuentra solo, sin familiares y al que su familia más cercana ha dado la espalda. Cada día Ricardo asciende las escaleras a rastras y deja su silla de ruedas, ese pan de cada día, en la puerta de su casa amarrada con una cadena. Los vecinos son quienes le ayudan a subirla, si se da el caso. De lo contrario, se las deberá apañar solo teniendo estudiado cada movimiento, precavido y azaroso, para acceder al hogar. Aunque dentro de él la vida es todavía más dura. La frialdad de sus paredes, el ambiente de soledad que se respira y las malas instalaciones de la vivienda no son nada recomendables para la situación de Ricardo. “La silla de ruedas no entra por la puerta del cuarto de baño con lo cual me tiro al suelo e intento lavarme con toallas, tiendo en los palos de la fregona y lavo la ropa a mano, en una palangana con agua porque no llego al lavabo”, confiesa.

Tiene 54 años, ha padecido más de un accidente en el portal de la casa y “mis hijos me vuelven la espalda. Necesito una persona que me ayude, me suba, me baje y no tengo a nadie. Y además con lo poco que cobro ni siquiera me da para pagar la pensión que tengo que pasar por los críos. Y todo ello a raíz de la sentencia de la jueza”, lamenta.

Antes de que todas las desgracias llegasen juntas, este hombre trabajaba en la ONCE vendiendo cupones pero “perdí el trabajo porque no podía valerme por mí mismo y no se podían hacer cargo de mi situación”. Una situación que le ha venido dada desde 2005 y que ha denunciado, pero Ricardo alega que “estuve en el Ayuntamiento, reclamé en Asuntos Sociales y me enviaron a la Cruz Blanca y ahora he solicitado una casa pero no creo que me la den”.

Perdió su vivienda adaptada a sus necesidades, a sus seres queridos y a este ceutí apenas le quedan ganas de vivir. Pero su lucha consiste en la vivienda porque cree que las injusticias se deben reclamar.

“Mi antigua casa, en la Avenida de Madrid, me la dieron por necesidad porque soy inválido desde los tres años. Después de la denuncia por los malos tratos, estuve en la cárcel y cuando salí de ella los de la ONCE me querían enviar a Algeciras y dije que no, porque evidentemente estoy limitado. Lo que cobro son 696 euros y ahora me ha venido una orden de embargo del sueldo del juzgado, porque no paso la manutención a mis hijos de 350 euros. No lo puedo afrontar porque entonces me quedo sin nada para vivir”.

Ricardo González desayuna, almuerza y cena en la calle. No debería trabajar ya que consta en un parte médico que acredita la debilidad de sus huesos. No recibe ayudas económicas porque tiene un empleo pero, ¿y la ayuda humanitaria?. Ricardo las desconoce porque vive una situación de abandono, de ignorancia, con movilidad reducida y desconoce las prestaciones sociales que existen en la ciudad por esa depresión y ese estado de melancolía que invade su día a día y cuya tristeza queda reflejada en sólo unos instantes cuando se observa su mirada perdida.
 

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