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OPINIÓN - DOMINGO, 30 DE NOVIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / SNIPER

Charles de Foucauld, el “marabut” del Sáhara
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

Mañana lunes se conmemora el aniversario de una de las más vigorosas personalidades de nuestro tiempo, el vizconde francés Charles de Foucauld, abatido a sus 58 años un 1 de diciembre de 1916 en las afueras de Tamanrasset, sur de Argelia. Sus asesinos, bandas de la cofradía “Sanusi” procedentes de Tripolitania que, alentados por la Alemania del Káiser, se infiltraron hostigando las colonias francesas del Norte de África. Recordemos el contexto: una rota Europa en la que rugía, en su apogeo, la fraticida matanza de la I Guerra Mundial. El padre Foucauld murió como había escogido: al igual que Jesús, pobre, solo y en la inmensidad de ese desierto que tanto amó. Nacido en noble cuna y oficial de caballería formado en Saint-Cyr (de la misma generación militar que el mariscal Pétain), vuelve tras una juventud disoluta pero fecunda y de profundas dudas existenciales a abrazar, en una tortuosa evolución espiritual, el catolicismo de su infancia. Imbuido de una insaciable sed de Dios este hombre peculiar, valiente y dotado de una rara inteligencia, abandonó un día todo para seguir, a su aire y entre los indómitos tuareg del Sáhara, el camino de Jesús. Muy influenciado por la Santa de Ávila, así escribió en una célebre carta a su amigo Henry de Castries: “Apenas creí que había un Dios, comprendí que no tenía otro remedio que vivir para Él solo…”

Ensayista y cartógrafo de reconocido prestigio, tras su muerte se fueron publicando varias obras (diccionario, gramática…) sobre el cerrado mundo de los tuareg en el que, salvando las distancias, logró ser uno más entre ellos, dando testimonio de su acendrada fe no por la predicación ni con golpes de pecho, sino por una obra entregada y callada entre los más necesitados. Después del español Francisco Badía (conocido como Alí Bey) y su legendario viaje al Reino de Marruecos a principios del siglo XIX, vestido como un príncipe árabe, fue Charles de Foucauld (entonces un joven oficial francés), disfrazado de humilde judío quien en la primavera de 1883 iniciara un viaje que se hizo legendario: tras desembarcar en Tánger, se trasladó a Tetúan y luego a la ciudad santa y prohibida de Xauen, llegando a la imperial Mekinez después de visitar Alcazarquivir, Fez y Taza; tras atravesar las abruptas montañas del Atlas alcanza el verde valle del Draá, para seguir finalmente hacia el Sáhara marroquí donde el 18 de noviembre entra en Tatta; subiendo por Mogador, vuelve a cruzar el Atlas (siempre en compañía del rabino Mardoqueo) para internarse finalmente, el 23 de mayo, en Argelia. A sus espaldas, un largo pero fructífero viaje de once meses y unos 3.000 kms. de recorrido. Tras publicaciones parciales el avezado explorador (que llegó a fijar tres mil altitudes y noventa y cinco coordenadas) recibe una medalla de oro de la Sociedad Geográfica de París, viendo su célebre obra (“Reconocimiento de Marruecos) editada en 1888. Después… su conversión, el convento, el sacerdocio y la vuelta a un desierto (donde sin duda se reencontró con la fe) del que ya nunca saldría.

Charles de Foucauld encabeza una pléyade de exploradores, antropólogos e historiadores, denostados como “coloniales”, que han sabido recorrer y amar los caminos del Maghreb. Invito al lector a descubrir a este hombre de sólida creencia en Dios, ferviente cristiano católico muy influenciado por el Islam y enamorado, como otros, de la profunda y serena majestuosidad del desierto.
 

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