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OPINIÓN - JUEVES, 4 DE DICIEMBRE DE 2008

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

Judicializar lo injudicializable es un mal sueño
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Cuando se politiza la justicia o se judicializa la política perdemos todos. Los ciudadanos pierden confianza en el sistema y las instituciones credibilidad. Lo mismo sucede cuando se pretende judicializar nuestra memoria. La historia es la que es, y en todo caso, es un dietario filosófico de ejemplos. Dicen que se repite, quizás, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan. Ahora, a mi juicio, por esa excesiva judicialización, la Sala de Penal de la Audiencia Nacional ha tenido que pronunciarse sobre la incompetencia del juez Baltasar Garzón para investigar los crímenes cometidos durante la última incivil contienda española. Catorce votos a favor de la incompetencia y tres en contra ha sido el resultado. Nunca debió haberse llegado por la vía judicial, lo que ha de ser una vía política, entre otras cuestiones, porque el poder judicial tiene que estar por encima, e independientemente muy por encima, de los vaivenes políticos. Si somos incapaces de conciliar la justicia y la libertad, sino sabemos discernir lo que representa el poder judicial y el ejercicio de su potestad jurisdiccional frente al pluralismo político, corremos el riesgo de enturbiar acciones y de solapar garantías jurídicas.

No estoy en contra de recuperar la memoria del pasado, la considero necesaria, pero esto debe servirnos para que convivamos mejor y no para dividirnos y enfrentarnos. Sería más de lo mismo de siempre. Una sociedad que olvida su pasado es manipulable ideológicamente pues pierde su identidad. Pero, también, de igual modo, una sociedad que judicializa su pasado reabre heridas por un camino confuso. Los problemas no resueltos, algunos de los cuales repercuten con dolorosa frustración sobre la conciencia de sus pueblos, hay que enjuiciarlos desde el diálogo y jamás desde la venganza. El espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas, que guió la transición española, es un claro ejemplo del camino a seguir, que no fue el de la judicialización. Para honrar y recuperar para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos, de un bando y de otro, por unos u otros motivos políticos o ideológicos o de creencias religiosas, en aquellos dolorosos períodos de nuestra historia, no hace falta que intervenga poder judicial alguno. Sería un fracaso total que tuviese que intervenir. Cualquiera puede hacer historia; pero sólo una sociedad libre, con conciencia comprensiva, puede escribirla con renglones justos.
 

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